¿Votamos en enero?

Al salir de cumplir con el rito de tomar un Martini en el Harry’s Bar veneciano a alguien de Astorga le tiene que llamar la atención una placa escultórica colocada en una fachada cercana. Crees leer, con sorpresa, Mauregato. En realidad pone Maurogonato. Recuerda a un político italiano de finales del XIX de origen judío. Aquello devuelve mentalmente por un momento a la tierra de origen. Horas después, finalizadas las vacaciones, el regreso físico y lamentablemente real es en Madrid. Un Madrid entretenido en analizar un beso desde todos los ángulos de la imagen y de la doctrina jurídica. Un Madrid también experto en Derecho constitucional y de gracia, diseccionando la teoría de la amnistía.

Dos (meses) por tres

Casi dos meses después de las elecciones, con un agosto en medio en el que todos intentamos mirar para otro lado, lo más lejos posible, lo que equivale a dejar a los políticos que, sin testigos fisgones, hagan todas las barrabasadas que se les ocurran, volvemos a donde los dejamos. Un candidato a presidente del Gobierno proclamado y otro a la espera. El proclamado tiene menos posibilidades que el otro, que además es presidente en funciones. Es decir, que si se le antoja, como acostumbra, puede seguir haciendo lo que le dé la gana una temporada más. Si Feijóo no consigue ser elegido Pedro Sánchez tiene dos meses adicionales para intentarlo él. Y si tampoco, otros dos meses hasta la repetición de las elecciones. Por cierto, en 2016 el candidato socialista dijo que no aceptaría el encargo del rey ni entablaría negociaciones hasta que no lo intentara el PP por ser el partido más votado.

Democracia superficial

Es lógico que una crisis tan profunda como la Gran Recesión de 2008, culminada con una insospechada pandemia, haya dejado turulatos a los electores. Ayudados por unos políticos escasos de valor, manirrotos y olvidadizos de las exigencias legales aprovechándose de una opinión pública entre la adiaforia y el griterío de las redes sociales. En 2015 se dio paso a los nuevos partidos acabando con el bipartidismo imperfecto que habíamos sobrellevado mal que bien. La irrupción de los inventores de la nueva política, Ciudadanos y Podemos, descubrió todo un mundo de posibilidades: repetición de elecciones, consolidación de la política de bloques, gobiernos de coalición sin relación interna… Reflejo de una ciudadanía despistada y, además, testaruda, son unos partidos sin hoja de ruta y tercos en sus posiciones. Lo único que entienden perfectamente son los recovecos del ejercicio del poder.

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Despiste y calculadora

Pedro Sánchez perdió a finales de mayo unas elecciones a las que no se presentaba, dando al PP el poder en la mayoría de los ayuntamientos y comunidades. Arriesgando, como le gusta, convocó elecciones generales anticipadas. Los populares creyeron que ya las tenían ganadas y decidieron no hacer campaña. Obnubilados con el espejismo del triunfo en el único debate electoral a dos comenzaron a negociar con Vox inmediatamente, dando la campaña hecha a las izquierdas, con la inestimable colaboración de las primeras ocurrencias de los de Abascal. Consecuencias: el PP todavía no sabe dónde está ni hacia donde ir y al PSOE le va a salir más caro gobernar. Giovanni Sartori, al estudiar los partidos, hablaba de un sistema de “competición expansiva”. El PP necesita y a la vez compite con Vox. Lo mismo le sucede al PSOE con Podemos y ahora Sumar (una coalición de casi una veintena de partidos para conseguir 31 diputados). Aun así para completar mayorías también necesitan a los independentistas o nacionalistas (independentistas durmientes). Que a su vez reproducen el mismo esquema en su ámbito: Junts y ERC, como PNV y Bildu en el País Vasco, comparten agenda reivindicativa, pero compiten electoralmente en el territorio. De ahí la alianza entre ERC y Bildu y el PNV no ha tardado ni cinco minutos en reunirse con Puigdemont, una vez que el Gobierno lo ha rehabilitado.

Resultado: Pedro Sánchez echará cuentas y verá si le es más rentable aceptar las exigencias de unos y otros, después de envolverlas en capas y capas de marketing político o ir a unas nuevas elecciones diciendo que no se ha dejado chantajear.

 

Ángel M. Alonso Jarrín

@AngelM_ALONSO