Ventanas

Toda ventana es un puesto de observación. Una mirada o una salida sensorial al exterior. Por ellas, escapan o se capturan vidas propias y ajenas. Sirven para otear fondos, horizontes y cielos. Enseñan el mundo con el color del cristal con que se mira. Abren y cierran las intimidades, lo mismo que retienen o expulsan los aires viciados.

Las ventanas son la vigilia de los usos y costumbres. Almenas modernas desde las que se divisa con ojos censores o aprobatorios la rutina de las gentes. Reducto de cotillas en su mejor acepción,  porque no pone fronteras a los espionajes o delaciones, a ese ver sin ser visto en el sentido maligno que es la apretura de los miedos o las venganzas. Se atavían del velo del misterio, con visillos o cortinajes para esconder intimidades, y dejan paso libre a la luz cuando se despliegan para mostrar solo lo justo o lo completo, en función de orgullos y vanidades.

Los ventanales  son las puertas pequeñas de las casas. A ellas se sale solo con el medio cuerpo para echar el primer vistazo al ambiente. A las ciudades o pueblos no los concebimos con ventanas; se dejan ver en trescientos sesenta grados. La mirilla de toda urbe es el balcón, pero echándole imaginación no es difícil descubrir mínimas  aberturas para mostrar la pequeña ración de un paisaje  en el final de una rúa angosta y umbría.

Sí, descubro ventanas en Astorga. Deslumbrantes en la luz naciente y en la cenital. No menos en el horizonte nublado. Portentosas en las tormentas. Vaguen por las calles que salen en perpendicular  al paseo de La Muralla y, llegados a la última manzana, divisen el frontal y emergerá la llanura agreste de esta tierra y sus islotes verdes  diseminados como puntos suspensivos en praderas y arboledas. Y al fondo, cual coloso, el Teleno y su cohorte de montañas en ondulaciones que alzan y bajan los ojos, que izan y arrían la bandera de las emociones.

Un rato de quietud en el escenario es equiparable a un caleidoscopio de la naturaleza, a una visión sincera del paraje, no de figuras geométricas caprichosas y antojadizas. Lo que se ve y lo que se mira es una verdad de catalejo, encogida, pero profunda, como la que sale de los marcos de las ventanas de cualquier hogar.

ÁNGEL ALONSO