Vacaciones a pesar del apocalipsis

Cuando se publiquen estas líneas, muchos de mis queridos lectores astorganos, bercianos o lacianiegos ya habrán puesto rumbo a sus vacaciones, a pesar de todos los apocalipsis que nos explican los expertos y difunden los medios de comunicación del orbe cristiano, con agobiante insistencia. Que yo recuerde, ésta es la primera vez en la historia en que los ciudadanos, haciendo oídos sordos a todas las desdichas, insisto, profusamente, anunciadas, han decidido preparar las maletas para pasar unos días de asueto, más o menos lejos de sus paisajes, de sus vecinos y, sobre todo, de sus preocupaciones.

Viene a ser como la aplicación espontánea de un carpe díem colectivo, que nadie intenta -ni quiere explicar, tal vez, porque objetivamente resulte inexplicable, sobre todo, en una tierra como la nuestra en la que lo normal, por razones de prudencia étnica, es abrir los paraguas o quedarse en casa, mucho antes de que caigan las primeras gotas o, incluso, de que aparezcan las primeras nubes de tormenta en el más alejado horizonte.

Como digo, no es fácil de explicar o entender el fenómeno, pero en todo caso se podría establecer como premisa que lo que ahora está pasando puede tener su origen en el hartazgo generalizado de la población, que ha provocado la maldita -y todavía vigente- pandemia y en un sentimiento, también muy extendido, de frustración por la constante sucesión de acontecimientos inquietantes que, desde hace meses nos meten el alma en un puño y el futuro en un negro pozo de incertidumbres.

Guerra -interminable- de Ucrania, inflación incontenible, subida descontrolada de precios, conflictos en varias líneas aéreas, posibles problemas de abastecimiento de productos básicos, recrecimiento de los casos de Covid en los mayores, medidas anticrisis de dudosa eficacia, dificultades en el sector agrario por la baja rentabilidad de las explotaciones…. Así hasta el infinito. Y si a todo esto se le añaden, los miedos generados por la advertencia presidencial de que ya estamos sufriendo los nocivos efectos de algunos poderes ocultos, con sus terminales económicas y mediáticas, lo que viene a ser otro contubernio judeomasónico, entonces sí que cualquiera de nosotros podría encontrar motivos más que suficientes para la inquietud y la inmovilidad domiciliaria.

Pero ahora, como digo, estamos en otra cosa y el común de los mortales lo que ha hecho -y yo también- ha sido liarnos la manta a la cabeza y salir corriendo para disfrutar, por lo menos, de estas vacaciones, que todavía no se han malogrado del todo, gracias a los ahorrillos pandémicos y a esa conveniente inconsciencia de la que todos podemos echar mano en situaciones desesperadas como la que ahora nos ocupa.

Desde luego, deseo a todos los que en estos días empiecen o ya se encuentren de vacaciones que lo pasen lo mejor que puedan, poniendo al mal tiempo buena cara, sordina a las malas noticias y color a todas las sombras del horizonte. Porque, aunque es muy posible que cuando llegue septiembre no todo sea maravilloso, como se decía en la canción, también debemos tener en cuenta que pertenecemos a un país que se ha visto en muchas ocasiones con el agua al cuello y que ha conseguido salir adelante, gracias a la voluntad, sacrificio y esfuerzo colectivo de sus ciudadanos. Nada más hay que recorrer la historia y nuestra memoria para comprobar la veracidad de esta afirmación.

Si en su día frenamos en nuestra tierra el imperialismo belicista del emperador Napoleón Bonaparte, gracias al arrojo y a las heroicidades protagonizadas por nuestro pueblo, ¿cómo no vamos a ser capaces de superar ahora las aflicciones que nos provoca el dictador que ocupa el Kremlin, además de las que nos generan otras incompetentencias más próximas, que no es necesario identificar por suficientemente conocidas?.

Aquí, me despido, con un hasta luego, siempre y cuando mi director me vuelva a abrir las puertas del periódico, eso sí, cuando llegue septiembre

 

Ángel María Fidalgo