Una periodista de raza

En esta vida, los que nos tenemos por personas dialogantes, que intentamos escuchar, tenemos que reconocer cuando metemos la pata y, como en una tragedia griega lograr la catarsis, esto es, el cambio para mejor. Hace tiempo escribí en una de mis columnas de opinión sobre una compañera de profesión a la que vine a tomar como ejemplo, mal ejemplo, de esas personas que se arriman a un árbol versus tema-persona o caso, para vivir de ello y estirar el chicle hasta el máximo. Incluso sentirse con el paso del tiempo como con una especie de derecho de franquicia que inhabilitaba a los demás compañeros de profesión a escribir sobre la persona, intentar acceder a ella (la víctima) o cualquier tipo de acción para una posterior publicación informativa. Pues bien, muchos meses después esa compañera me ha demostrado, al menos a mí, no sé a los demás ni me importa, que tiene la suficiente claridad para discernir entre la mala praxis y la buena, valentía para saber lo que es compañerismo y lo que no; pero sobre todo, para demostrar que no vive de nadie nada más que de su trabajo. Bien ganado por cierto, en esta puñetera y bonita profesión nuestra.

En nuestro pequeño grupo de medios locales, intercambiamos noticias y fotos, por convenio o con permiso previo. Citar fuentes obliga. La compañera redactora me reprochó por entonces, no sin antes intentar dar conmigo, algo que hicimos malamente por messenger, por presuntamente utilizar nosotros información y fotografía suyas. Algo que venía de un convenio con el medio que, en este caso, por no saberlo, se cometió el error de no preguntar pues no era persona de plantilla. Y lo cierto es que ni uno ni el otro teníamos la verdad absoluta, ni estábamos equivocados. Yo con el paso del tiempo lo he visto así y, lo que son las cosas, aproveché ese choque para hablar de las personas, periodistas o no, que se refugian en otros para hacer de la desgracia ajena, -se trataba de un juicio mediático de intento de homicidio entre dos expolíticos- un medio de vida. Caso que no es el de la compañera.

El tiempo le ha dado la razón. Y por cuestiones que ahora no importan. Ya aviso a navegantes que no habrá el duelo al sol entre las dos partes que tanto están fomentando y azuzando nuestros queridos colegas del nuevo chascarrillo de la grey periodística provincial. Como digo, ahora no ha al caso, hemos vuelto a encontrarnos y a hablarnos. Y saco la patita o la pataza del tiesto donde la metí. Ella nos ha demostrado que sigue trabajando como siempre, en unas condiciones malas como casi todos nosotros, pero con la misma entereza e ilusión que al principio. Y de eso ambos hace ya más de 30 años.

Ella tiene razón

El asunto que la ha devuelto a la actualidad viene dado por negarse nuestra compañera aludida a tragar como hacemos los demás cobardemente con unas formas delictivas de ejercer la profesión. Cobrar el fruto que otro ha trabajado con denuedo. El corta y pega de toda la vida. Y encima, teniendo que aguantar insultos y malas formas como al parecer ha quedado demostrado en los documentos que ella misma ha colgado en redes o ha proporcionado a unos y otros. YO TE CREO. Y las amenazas, mentiras y publicaciones prepotentes e incluso machistas sobran. Ella estoicamente está aguantando eso y mucho más. Valga esta sencilla columna como perdón, disculpas y, aunque creo que tenemos visiones muy distintas en muchas cosas, en saber lo que está mal y enfrentarse a ello me ha demostrado tener más valor o inteligencia que el resto de nosotros. Ella con sentencia en mano contra todos los elementos y en soledad. Yo, como sólo sé, con mi palabra.

“Palabra dada, palabra empeñada” Refrán maragato

 

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