La semana ha sido especialmente dura con un singular suicidio de una pareja en un conocido hotel de León capital y el de un joven empresario de peluquería en Ponferrada. La opinión pública ha estado en jaque para mal, mientras a nivel nacional los independentistas siguen erre que erre y desde París se busca un antídoto de distracción en un agosto donde los incendios, de momento, no son de rabiosa actualidad estival.
Quitarse la vida intencionadamente es un fracaso de toda una sociedad, una señal de aviso en el que se nos anuncia a silencioso grito, uno tras otro, que algo no se está haciendo bien desde múltiples ámbitos. Nada menos que más de 2.000 personas se han suicidado desde el año 1980 en la provincia de León. Datos que superan los accidentes de tráfico con resultado de muerte y que avanzan imparablemente en una sociedad occidental como causa de deceso frente a enfermedades como el cáncer, las dolencias cardíacas y otras.
El modo de vida actual no asimila que todos tengamos paciencia, que no seamos guapos, ricos y supuestos triunfadores sociales. La cultura del esfuerzo o de la asimilación de límites frente a la lucha contra los obstáculos cotidianos no se estila. El mundo de la imagen, la fachada con nada detrás, sin apenas valores absolutos produce enfermos de cariño, afecto y sufrimiento.
Las autoridades políticas y las sanitarias están obligadas a actuar para velar por el interés general, y en este caso quizás no vendría mal, además de dotar con más recursos a la salud mental, obligar a que los creativos de moda, publicidad y otros dejasen de imponer un modelo de persona que no se corresponde a la realidad.