Un rato con Alberto Delgado es revivir el ajetreado último medio siglo español. Pasar un rato con Alberto Delgado lo pone fácil el pódcast que le dedica la Asociación de la Prensa de Madrid en la serie Maestros del Periodismo. Esa voz de timbre inconfundible remite a la televisión de los setenta y el comienzo de los ochenta. A la crónica oficial –no había otra– del final del franquismo, un relato pasado por la censura de un régimen burocratizado, pero a la vez imprevisible por acosado. Acosado por el “contubernio internacional”, por ETA, que se llevó por delante a Carrero Blanco, el pretendido muñidor de un franquismo sin Franco. Pero acosado sobre todo por el futuro que se le estaba echando encima y no sabía qué hacer con él.
Deprisa, deprisa
Alberto Delgado da la impresión de que comenzó a correr de adolescente y todavía no ha parado. A los 16 años, mientras esperaba a tener edad para estudiar periodismo, trabajaba de 9 a 12 y de 4 a 7, después iba a una academia para caligrafía y contabilidad, a continuación a otra de idiomas y a las diez de la noche todavía le quedaba pasar por taquigrafía. Cuando entró en la Escuela de Periodismo –cómo no iba a entrar el nieto de Sinesio Delgado, dirigiéndola Juan Aparicio– enseguida colaboró con una revista médica asturiana al ritmo de seis entrevistas y otros tantos resúmenes de conferencias tres veces al mes.
Siguió corriendo en la agencia Pyresa, y en el Arriba, y después en Televisión Española. Disparaba palabras desde las cabinas telefónicas del Congreso a los taquígrafos de la redacción. Unas cabinas de madera ya desaparecidas que recuerdo al lado del pasillo de entrada al hemiciclo, donde tantas veces esperé a que terminara la conversación el diputado de turno que no quería ir hasta su despacho para hacer la llamada. Siguió al mismo ritmo en televisión, primero hablando de aquel simulacro de Cortes, “un coñazo”, con los sustos inevitables de la censura: “una enorme estupidez”. Nada que ver con las siguientes, las Cortes ya democráticas, debatiendo la Constitución.
“La política está envenenada”
Dice Alberto Delgado que ha perdido algo de aquel ritmo tan personal, pero la memoria la conserva prodigiosa. Hasta los detalles de las estrafalarias referencias del Consejo de Ministros que Fraga hacía a horas imposibles. De aquella televisión “de cocido y mesa camilla” hemos pasado a unos medios que dependen de la tecnología en una época en que “la mentira no está mal vista” y “la política envenenada”. Mal asunto. Entiendo que vislumbraba algo de esto cuando en 1981 escribió un librito, Introducción al periodismo, que comenzaba citando a un editor del Washington Post, Bagdikian Ben: “Las máquinas de información harán lo que les enseñen sus dueños humanos. Pero una vez entren en funcionamiento, la situación se invertirá y las máquinas, con su impersonal eficiencia, se constituirán en maestras de una generación de seres humanos”. Lo leo en el despacho y después bajo a la biblioteca para comprobar que sus Memorias (apresuradas) de un periodista de la Transición no están entre los libros de la facultad de Ciencias de la Información. Habrá que solucionarlo.
Detalles de una vida para hacer un poco de memoria ahora que se critica tanto la Transición… o por si se cruza con Alberto Delgado paseando por las calles de Astorga.
Ángel M. Alonso Jarrín
@AngelM_ALONSO
El “Arriba”, Jaime Capmany… menudo historial.