El estruendo de la explosión en Cerredo ha vuelto a resonar en la memoria de Villablino y de toda una comarca marcada por la mina. La tragedia ha segado la vida de cinco trabajadores, en un luctuoso recordatorio de que el carbón, aun cuando ya no es el eje de nuestra economía, sigue reclamando su tributo de sangre. El grisú, ese asesino silencioso, ha regresado para recordarnos que la minería nunca ha sido solo cuestión de economía o geopolítica, sino también de seguridad y vidas humanas.
Este accidente, que estremece a quienes aún conservan el recuerdo de otros desastres similares, se produce justo cuando Europa sopesa el retorno a la minería. Con el pretexto de la soberanía energética y la demanda de materiales estratégicos, el viejo continente evalúa la reapertura de explotaciones que, hasta hace poco, parecían condenadas al olvido. Pero, ¿estamos preparados para ello? ¿Se ha aprendido lo suficiente del pasado?

En la mina de Cerredo no se extraía carbón en el momento del desastre, sino que se trabajaba en la limpieza e investigación del grafito, un material clave para la transición energética. Pero poco importa el mineral cuando el peligro sigue siendo el mismo. No puede haber justificación para la relajación de las medidas de seguridad, ni excusa alguna para que el avance de las tecnologías no haya blindado cada galería contra los males de siempre. La mina, por su naturaleza, es un lugar hostil, y cualquier descuido puede pagarse con vidas.
Este no es solo un accidente. Es una advertencia. Es el pasado que nos avisa de que si no aprendemos, si permitimos que la urgencia económica prime sobre la seguridad, volveremos a llorar más muertos en galerías y pozos. La vuelta a la minería puede ser una opción legítima, pero solo si se asume con un compromiso inquebrantable con la vida de quienes se adentran en las entrañas de la tierra para extraer sus recursos. Porque ninguna tonelada de grafito, carbón o cualquier otro mineral vale más que una vida humana.
La tragedia de Cerredo es una llamada de atención que no puede ser ignorada. Si la Unión Europea quiere volver a la minería, que sea con la certeza absoluta de que jamás volveremos a perder a cinco mineros por una explosión evitable. No hacerlo sería una traición imperdonable a nuestra propia historia.
El editor