No. No me he vuelto loco. Tampoco la Conferencia Episcopal Española. Se ha dado la extraña circunstancia que en la Diócesis de Astorga han confluido en un corto espacio de tiempo el deceso de dos prelados y el nombramiento de otros tantos. Algo que, ironías del destino, no deja de ser un hecho de calado en la Iglesia y un pequeño terremoto social en la provincia eclesiástica.
Astorga tuvo en Camilo Lorenzo Iglesias al obispo de la democracia. Atrás quedaba el largo predicamento y obra de monseñor Briva Miravent, a quien sus inquietudes filosóficas e ideas de cierta revolución precursora de la Iglesia del Régimen le llevaron a recalar para siempre en la diócesis asturicense. Camilo era en cambio un hombre de oración perpetua, dejando a su precursor catalán muy atrás en un estilo de gobierno donde dejó una huella fecunda en obras y crecimiento en la burocracia interna del Obispado. Realmente puso los cimientos de una maquinaria como institución de fe y de sociedad con un solo lunar en su mandato; ¿recuerdan aquel ecónomo que llegó a ser el guardián de la economía vaticana? Efectivamente, la sombre de Ángel Lucio Vallejo Balda fue larga y ensombreció un tanto la etapa de don Camilo, gallego beatón él. Se dice que después de la cárcel romana Vallejo vive entregado a la causa de Mensajeros de la Paz en tierras mejicanas.
Pero Camilo entró en un estado de enfermedad donde se hacía inviable una situación que a veces, en actos públicos, las confusiones y errores se perdonaban entre todos los cristianos y asistentes al irse conociendo cómo el valdeorrés licenciado además en Químicas se deterioraba. Al fin pasó a ser obispo emérito y llegó de Asturias don José Antonio Menéndez quien tan sólo en pocos años dio sencillez, cercanía, comprensión y alegría donde todo se había ido volviendo triste y gris. La curia astorgana, muy envejecida, tanto como su historia que arranca en el siglo IV, contaba al frente un hombre de este mundo, de las nuevas tecnologías y con el peso de la presidencia contra la pederastia eclesiástica. Don José Antonio, desde la tranquila Astorga, sufría el látigo de la incomprensión desde medios progresistas anticlericales en cada caso, en cada crisis. Un infarto. Todos decimos de pena. Se lo llevó. Y en la misma semana en que enterraba Astorga a su prelado emérito recibió al nuevo cabeza de la diócesis, Jesús Fernández, leonés y obispo auxiliar de Compostela.
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