Incomprensible lo infravalorada que está la tranquilidad. Lo mismo da asociarla a palabra tan fonéticamente bonita y contagiosa: sosiego. Creo que es uno de los estados más benignos de la persona. Para nada es vinculante con abulia o apatía, que sí, son términos reñidos con la chispa de la vida.
Tranquilidad es un temperamento apacible que abre las puertas a multitud de sorpresas agradables con el agregado de un orden que permite su deleite con multiplicado placer. Y si se trata de una mala nueva, será antídoto contra la desesperanza, a la vez que brújula para no desorientarse. Estimulante y lenitivo en las buenas y en las malas.
Estamos presos de un ataque de nervios colectivo. No faltan razones. En la lexicografía de esta sociedad se confunden y difunden conceptos en origen contradictorios, y ahora, complementarios. Se abusa de la hermandad entre prisa o apresuramiento y rapidez o agilidad. Con estos últimos no se atenta contra la tranquilidad; al contrario, se refuerza. No hace falta ser filólogo avezado para distinguir en qué pareja de términos está la virtud.
La persona tranquila en el código de valores de hoy se convierte en remedo de torpe, carente de vigor, carne de cañón para focalizar en ella el zasca fácil de los lenguaraces engreídos de que su palabrería hueca, a ritmo de metralla, es un alud de verdades irrefutables. Se olvida que el silencio sosegado deja el cotorreo en un inmenso vacío.
Los tranquilos no se estilan. Es mercancía allende las modas. No sirven para la berrea constante y estridente de las redes sociales. Y mucho menos para el patio de corrala que es la cámara legislativa o el ágora política del debate o el mitin. Todos se ponen nerviosos con la entelequia de las encuestas o con la realidad del desalojo del poder cuando puede tocar. Se extravían en esos teleles que les alejan de los asuntos prioritarios de la comunidad, en los que sí están recetados con urgencia la tranquilidad y el sosiego.
Los principales ingredientes de la tranquilidad son el sigilo, la templanza y las infinitas dotes de observación. Culminan en el guiso que es la calma. En el preámbulo de las catástrofes y las histerias, la tranquilidad es la diferencia entre la vida y la muerte. El principio y el fin de todo en manos de una calidad vital, significante pleno de esencia y presencia, hoy, inconcebiblemente extraña.
ÁNGEL ALONSO
Como aiguien dîjo:
Observar es una qualidad saber callarse es evitar la calamidad.
A bon entendeur, salut.