Imposible. Ni el néctar de una golosina endulza la acritud estructural de este país. La torrija, un pan empapado en leche, frita y aderezada en azúcar o miel, es manjar exquisito de la Semana Santa. Pura delicia, caliente; o también, fría, tras el reposo en fuente de vajilla de festivos para los días siguientes, en los que conservará, como las croquetas, el embrujo de su sabor.
La torrija es un explosivo de los paladares que se libera de los corsés estacionales para instalarse en la rutina del postre de menú. Genuinamente hogareña y con patronazgo de madre en la cocina de casa, se ven en confiterías, restaurantes y bares con el señuelo de repostería de altos vuelos. Abandona la soltería de la degustación a secas y matrimonia con helados, chocolates, siropes y variadas dulzuras. Accede a nuevas materias primas como los bizcochos.
Aquí, la historia curricular, el santo y seña de un ser y estar. Pero sale de las cocinas y de los obradores de pastelerías para tomar la calle. Entonces se contagia del ambiente de gallera de las afueras, que la encabrona con el debate malsonante de las corralas, plató del vocerío barriobajero.
Astorga ha focalizado en la torrija un discurso de brocha gorda a propósito de un concurso nacional bajo su protagonismo. El ayuntamiento lo suprime por razones, aseguran, que económicas y elitistas. Se pretende eludir, me dicen otros, el exclusivismo del producto por certámenes de especialidades más generales de la cocina leonesa o española. El agravio de los organizadores, la Academia Leonesa de Gastronomía, no se hace esperar, porque la indignación ya es consustancial en el debate público, por intranscendente que sea la cuestión. En fin, por lo que deduzco, cualquier ocasión es buena para amargar el dulce, expresión que viene como anillo al dedo.
Huevo o gallina es lo de menos. El reclamo es estirar la tirantez entre opuestos hasta los extremos de la ruptura. Obcecados en sus razones, son incapaces de darse cuenta de que en el tira y afloja, roto el cordón, cada uno se quedará con su parte de sinrazón como único botín intelectual. La inutilidad de estas controversias produce raspones que escuecen en la delicada piel de la convivencia.
La exquisita torrija, sacada, pues, de su papel de fiesta de los sentidos. En el escenario en el que se la ha colocado adopta el otro significado de su argot, el de una ebriedad…de poder.
ÁNGEL ALONSO
Siempre agudo, inteligente y de una moderación encomiable, señor Ángel Alonso. Gracias
De pluma fácil y reflexión serena, desenreda lo enredado y a quienes todo lo enredan.
Es un placer la torrija, casi tan grande como leer artículos como este, que exprime entre líneas lo intrascendente hasta encontrarle el jugo de aquello que si lo es. Enhorabuena.