Los signos materiales de la opulencia se adaptan a los elementos de la naturaleza. Los yates en el mar. Los jets supersónicos en el aire. Las torres en la tierra. El dinero en cantidades exorbitantes envuelve todos los ambientes. Sin alguno de estos componentes visibles para la plebe, la condición de millonario se desvanece en un anonimato que no conjuga con las obsesiones de relevancia y fama. Dinero es más que nunca sinónimo de poder. Ambos necesitan de la exposición, y si es abusiva, mejor.
El suelo que pisamos es entorno común de la humanidad. Los ricos se posan sobre él, pero construyen hacia las alturas como desmarque. De ahí que hayan hecho de las torres un paradigma. El feudalismo edificó los señoríos sobre lo más alto de los castillos. El capitalismo fue más allá en la conquista de elevaciones y sembró las urbes contemporáneas del salto terminológico que significa rascacielos.
Una visión de las altas finanzas sin el decorado de torres y rascacielos es como pez fuera del agua, una agonía. Las grandes fortunas atesoran sus pingües negocios en lo más alto de esas moles de cemento y cristal, donde el sol reverbera en brillos y deslumbramientos. ¿Serán metáforas de resplandores divinos? De los cielos proceden y a ellos quieren acercarse los potentados, e igual…los revolucionarios.
La torre es pieza estratégica en el tablero a escala de la humanidad que representa el ajedrez. Avanza recta a ambos lados, por delante y por detrás. Figuración acertada de un monolitismo que arrasa obstáculos entre los peones, léase populacho, pero enseña la astucia defensiva o desconcertante del enroque con el rey, léase dirigencia.
Torres más altas han caído es expresión que aproxima a la utopía de la igualdad. El dicho da cuenta de una morfología colosal. Se pensó en ellas hasta como resguardo de las iracundias divinas en forma de diluvios de cuarenta días y cuarenta noches. Sin embargo, escapan al escrutinio sus interiores, ocupados por los sombríos rostros de la avaricia de los adinerados. Están blindados en las cámaras acorazadas de áticos que, días hay, rebasan las nubes.
Declaración de intenciones la foto de apoyo de la nueva zona financiera de Madrid. En el horizonte, una torre declinante, el hospital La Paz, icono de una sanidad estatal ejemplarizante. Al acecho los rascacielos de la nueva hornada capitalista. Bajo el mar de las alegorías, los tiburones de la economía privada listos a devorar el pez empequeñecido del sector público.
ÁNGEL ALONSO