Tienda

Tienda, palabra muerta de nuestro idioma. El desuso es el certificado de defunción. Los nuevos hábitos y el inglés de la economía moderna la apuñalaron. Antes se rezó el responso por el atributo general de su oficio, el de tendero. También agonizan las denominaciones específicas de droguería y droguero, ferretería y ferretero, confitería y confitero, unos entre muchos ejemplos.

La tienda de barrio ha alcanzado ya la categoría de disciplina arqueológica. Avala el aserto que en estos locales familiares y de familiaridad en el trato, se compraba, otro término en retirada, porque ahora solo se consume. Y como el sucesor es magno, requiere de magnas superficies, en las que el único impulso es llenar como autómatas carritos, antes de pagar, e inmensas neveras hogareñas, una vez satisfecha la dolorosa en kilométrico rollo de papel de caja.

Por la innegable despersonalización que acarrea el consumo, los operarios de estas grandes superficies, hasta carecen de la señal de identidad en la palabra ad hoc de su oficio, excepción hecha de las cajeras, virtuosas solistas de las melodías del dinero.

Todo lo demás, personal errante entre estantes, uniformado con las placas y colores institucionales de la firma, sin más misión que reponer el género para que el ansia de poseer sea correa sin fin. Incluso cuesta asociar a los operarios de carnicerías y pescaderías en la especificidad de sus mercancías. Los híper y supermercados son el agujero negro que vacía de sustancia la sociabilidad de la compra.

Todavía entrar en una tienda de las pocas que subsisten, ancladas a una especialización y valor añadido del producto, es un agradable ejercicio de relación interpersonal. El dependiente o tendero y el cliente, frente a frente, hacen el negocio con el valor de la palabra a través de preguntas y respuestas que ponen el objetivo en la devoción de una posesión y no en la obligación de su consumo sin rostro.

Un escalón más arriba está el colmado del barrio o de la calle. De esos, creo, ni rastro, incluso en los pueblos. Las circunstancias exigen tirar de la evocación. Aquello era más que una tienda. Podía ser casa de alguien de la familia. Se charlaba a varias voces. Todo era más litúrgico que llevarse el bote de la mayonesa Musa o el cuarto y mitad de York. Y, sobre todo, el epílogo de una voz infantil: ponlo en la cuenta de mi madre.

 

ÁNGEL ALONSO

 

2 comentarios en “Tienda

  1. Que razón tienes.
    Disfruta de esos momentos por que creo que poco queda y aprovecha para llevas a tus nietos a la tienda como a un pequeño museo.

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