Hasta dónde alcanza mi memoria descubro ,con grandeza, haber conservado intacto el recuerdo y admiración de los últimos habitantes de la antigua Somoza.
Aquellas mujeres ,arropadas con el mantón pesado, entraban acuchadas por el pasillo del cabildo hasta la iglesia, era tiempo de Rosario y plegarias.
Tiempo de bendición que sumergía en las aguas del pilón los posos del rezo , mientras ellas ,mojaban sus manos en aquella pureza .
En aquel templo , se abraza la dicha , cómo en lugar de la nada , revoloteando el silencio y el susurro como una escueta canción , que escapa de sus labios.
Y el señor Modesto que va al monte a dormir, con rebaños , al calor de la pequeña hoguera en su choza . Come tocino ,y carne cocida de oveja , que corta contra la rebanada de pan .
O los niños a medio abrigar .
Aquellos pies ,en galochas , que se hincaban sobre el barro desnudo , haciendo el ruido sordo de la madera húmeda mientras llueve .
El mugido de la vaca parida , las gallinas tras el trozo de la berza , la sonrisa de María mirándome al pasar desde la escuela.
El sonido del carro y las ruedas apretadas , al hierro , forjado por las grandes piedras y el helador atardecer.
Las campanas, cuando tocan a muerto , llegando los llantos por entre la estampa y quejidos del gentío, tras un lúgubre portón.
Y la escasa luz de los inviernos, cuando acarician mi rostro, sonrojado el último cielo sobre el enorme Teleno.