Sociedad insociable

Un hombre roba con amenazas un jamón y varios botillos en un supermercado de una conocida cadena gallega. Tras la larga espera en el trámite judicial, al final es condenado a no entrar en ninguno de estos establecimientos durante cuatro años y medio, además de realizar trabajos sociales para pagar de esta forma la multa impuesta.

 

El pasado fin de semana, en uno de los puntos calientes del ambiente leonés, nos referimos al barrio húmedo, un universitario de primer curso da igual de qué carrera mata a otro de tercer año de una puñalada, en principio, “por devolverle las burlas y el puñetazo anterior”.

 

Todos los fines de semana, las policías locales de toda Castilla y León y España entera actúan incansablemente contra botellones, fiestas privadas y otros excesos de una juventud que clama por su sitio en la sociedad y se manifiesta en rebeldía con lo que más a mano y fácil tiene. En este caso las multas son servicios sociales cuando los “papás” no pagan la sanción. Si se tramitan.

 

Desde luego, algo esta pasando a esta sociedad pues el hombre es un ser social, está hecho para vivir en comunidad, pero no bajo estos parámetros de hostilidad y violencia. Podemos culpar al paro, a la economía, a la pandemia y a lo que se nos ocurra para justificar estos comportamientos insociables, pero en el fondo lo que se oculta es que el principio de autoridad, ya en los propios hogares, se disuelve como un azucarillo según van pasando las generaciones. Nos hemos hecho tan blandos que se puede pasar de curso aún con asignaturas suspensas, se pretende suavizar la Ebau, antigua selectividad, para abrir las puertas a estudios superiores a todo el mundo. El mercado laboral cuenta con excedente de graduados y titulados, pero nadie quiere abandonar su pretensión de dirigir sus pasos a otras profesiones, en teoría, menos atractivas precisamente por el rol social que representan.

 

Vivir sin horizonte o soñar con recorrer el camino vital a toda prisa para poseer todo lo que cuesta una vida entera es una forma de caminar sin duda al fracaso y el desencanto.

 

Endurecer los periodos de formación y apoyar más fácilmente al emprendedor es el único antídoto contra el síndrome de ser funcionario o jubilado que padece buena parte de nuestra ciudadanía.

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