Sindicatos apesebrados

Como indica el título de mi columna, mi intención era escribir de los sindicatos españoles a los que tanto queremos y debemos, y lo voy a hacer. Pero antes, apreciado lector, apelando a tu generosidad, quisiera que me permitieras hacer una breve reflexión sobre el lamentable espectáculo ofrecido a la ciudadanía, con motivo del acto de homenaje a los héroes del 2 de mayo, organizado por la presidencia de la Comunidad de Madrid.

Como viene siendo habitual, los dos bandos `contendientes´ han considerado que la razón está de su parte y que el equivocado es el otro. Pero esto no es lo importante, es lo de costumbre en un país como el nuestro dónde la posibilidad de llegar a algún razonamiento inteligente y compartido en cualquier disputa política es tan improbable como la llegada del hombre a Marte.

Sin embargo, para mí, lo más inquietante ha sido, en primer término, la sobreactuación de las partes enfrentadas y, en segundo lugar, el tiempo que aquellas han perdido, dando más vueltas de las razonables a un problema de protocolo y/o de educación y/o de respeto institucional, que nunca tendría que haber superado el ámbito de lo anecdótico, teniendo en cuenta los problemas de verdad, que nos afectan y nos preocupan.

España se muere de sed, muchos ciudadanos siguen sufriendo una sanidad con interminables listas de espera, la inflación se mantiene desbocada, y nuestros responsables políticos centran su tiempo y sus debates en si son galgos o podencos.

En fin, para mear y no echar gota, que es lo que sucede también cuando centramos la mirada en nuestras organizaciones sindicales y en sus más cualificados responsables, cuya sensibilidad a la hora de convocar protestas es tremendamente selectiva, como cualquier observador ha podido comprobar.

Con un Gobierno de derechas la subida de la inflación en medio punto, o un incremento de tres euros en el precio de la luz o la muerte de un perro durante una epidemia sobredimensionada, con sanitarios de atrezo, han sido   motivos suficientes para la convocatoria continuada de movilizaciones ciudadanas. En cambio, con el vigente Gobierno de izquierdas, ni la multiplicación por diez de cualquier de los problemas citados han sido motivos suficientes para que los sindicatos hayan sacado a sus mesnadas del sopor colectivo en el que han pasado la legislatura.

No sé si este reposado comportamiento sindical tiene que ver, como afirman los maliciosos, con su afinidad ideológica con el actual Gobierno e, incluso, con las generosas subvenciones que aquél dedica al mantenimiento y a la actividad de los sindicatos. Pero algo de esto debe haber porque en caso contrario no se puede explicar, ni la presencia masiva de ministros/as/es en la reciente manifestación del 1 de mayo, ni que la única reivindicación planteada en esa protesta tenga como únicos destinatarios a los empresarios, como si en los demás problemas que padecemos no tuviera nada que ver la acción del Gobierno.

En Europa deben de estar asombrados con lo que ocurre en España y no es para menos. La presencia de ministros/as/es en la manifestación fue pintoresca, pero aún más lo es el hecho de que las centrales sindicales españolas mantengan unas estructuras administrativas sobredimensionadas, a pesar de que sus niveles de afiliación no dejan de caer, como el número de asistentes a las manifestaciones a las que ni siquiera acuden todos los liberados sindicales que debieran hacerlo.

Supongo que pedir a los sindicatos que adapten sus estructuras a las necesidades reales de sus afiliados y que modernicen sus estrategias reivindicativas, olvidando esquemas y prejuicios trasnochados de la lucha de clases, es pedir transistores japoneses al olmo. Pero yo lo dejo aquí por si cuela. Porque lejos de lo que pueda parecer, yo estoy entre los que entienden y valoran el papel de las centrales sindicales en la defensa de los intereses de los trabajadores, eso sí, siempre y cuando aquellas se dediquen a esto y no a la política por muy tentadora o rentable que ésta resulte cuando gobiernan los nuestros.

Angel María Fidalgo

 

Ángel María Fidalgo:

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