Silencio: se bombardea (La sociedad ante el genocidio)

Nos contaba el pasado 13 de junio Mohamed, refugiado palestino en Egipto, a las personas
asistentes al curso “La UNED por los Derechos Humanos”, celebrado en el centro de la
UNED en Ponferrada, que estar fuera de Palestina, con toda tu familia dentro, es “estar
muerto en vida”, aunque las bombas no estén haciendo peligrar los cimientos de la
habitación de hotel en que vives encerrado. Las y los asistentes lo escuchamos con el
corazón en un puño, comprendiendo que sí, que la muerte no es solo física y que la muerte
se multiplica y muta en Gaza, porque la muerte, cuando se vuelve inconmensurable, solo
llama a más muerte.


Y es que, si toda vida humana es igual de valiosa a otra, y si toda muerte violenta de un niño
o una niña supone el fracaso para una comunidad humana, cuando la muerte se eleva a la
enésima potencia, el fracaso es tan evidente que sobrecoge. Por mucho que nos quieran
hacer ver lo contrario con argumentos espurios, las cifras importan, e importan mucho. Las
cifras (junto con las manifiestas intenciones) son lo que están convirtiendo el caso
Palestino en un genocidio. De tanto repetir la palabra, su significado acaba
desdibujándose. Genocidio. El exterminio sistemático de un grupo humano.
Las autoras de este artículo pensábamos, mirando al pasado, que cuando llegase el
próximo genocidio, la sociedad ya no lo iba a soportar, porque la sociedad había aprendido.
Pensábamos que saldríamos en tromba a las calles, que paralizaríamos nuestra vida, que
iríamos a la huelga general, a la huelga de hambre, que tomaríamos los palacios
presidenciales, que forzaríamos dimisiones. Nada de eso ha ocurrido, nos decimos,
mientras conversamos a la salida del curso, comprobando que, al menos, compartimos
algo: compartíamos una misma ingenuidad y compartimos ahora (lo diremos
eufemísticamente) un mismo desencanto. Compartimos la misma experiencia: cuando
sale el tema, cuando buscas apoyo a tu movilización entre amigos y colegas (en los grupos
de whatsapp, en las reuniones de trabajo, en las quedadas informales…) se impone un
estruendoso silencio. Ni una palmadita en la espalda, ni un triste corazoncito rojo a tu
comentario, ni un inocuo “¡ánimo!” para hacer el silencio menos incómodo. Nada. Cri cri.
Esto no pasa con ningún otro tema. Hace meses eran los “da pena, pero…”: ahora ni
siquiera eso. Ahora es un silencio violento, un “esto no va conmigo”, incluso un “ya estamos
otra vez…”.
Nos va a costar mucho, como individuos y como sociedad, comprender en profundidad lo
que nos está pasando. Esa inmensa bandera de Israel en la sede de “los Verdes” alemanes,
ese apoyo incondicional a las empresas israelíes de determinadas gobernantes regionales,
como única respuesta a la movilización estudiantil. ¿Estamos anestesiados,
sobreestimulados? ¿Estamos idiotizados? ¿Ya no sentimos, somos bots? ¿O es
sencillamente que tenemos miedo? ¿Miedo a qué, exactamente?
Las personas conmovidas (y aterradas) por este silencio nos sentimos paradójicamente
solas y acompañadas a la vez. Solas en nuestra incomprensión del mundo y acompañadas
cuando una conversación inesperada te devuelve la certeza de que no estás loca, de que
alguien en el mundo también siente que habrá un antes y un después, en su propia vida, de
lo que hoy el mundo está dejando hacer en Gaza.

Irina Fernández, profesora de Sociología en la UNED y miembro de la Red Universitaria por
Palestina.
Jorge Álvarez Losada, Educador Social, promotor de la Plataforma Social Mundo_Eduso,
representante de estudiantes UNED y miembro de la plataforma UnedXPalestina.
Lorena Gonzalez Guerrero, Educadora Infantil y activista Social.

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