Silencio

Silencio. / EBD
Silencio. / EBD

 

El silencio es belleza. No obstante, las hermosuras no están carentes de dobles lecturas. Es aviso de paz y alarma de temores. Buscado es el encuentro con la calma. Inesperado o repentino produce el escalofrío. Los místicos, así como los depredadores, son artistas del mutismo. Vence siempre a la mala palabra. Como réplica, concede, pero también desactiva la carga de las ofensas. Acompaña como bienhechor de los pensamientos y meditaciones si es deseado. Flagela como doloroso escozor en camaradería con la soledad

El ruido, su opuesto, es también aplicable a las dobles leyes de los pros y los contras. Agudiza las sensaciones de vida, pero también se deja oír en el silbido de las armas letales. Avisa y paraliza. Agradece y molesta. Alegra e irrita. Armoniza y aturde.

El mundo de hoy es más ruidoso que silencioso. Por ello, el segundo se aprecia con el valor del bien escaso entre las presencias y esencias tranquilas. Esta cultura que nos rodea se aparta de lo sigiloso porque el estruendo es el mejor cauce para la masa. El continuo zumbido en derredor camufla las individualidades. Los rebaños son enemigos de la discreción.

Nunca pude imaginar, como me acaba de pasar, que en una sala de espera de hospital, antaño sembradas de la imagen mímica del dedo vertical sobre los labios como icono del saludable silencio, viese y oyese una televisión a un volumen relativamente alto de voz. Será que las nuevas tendencias sanitarias recomienden la distracción de la caja tonta como despresurización de ansiedades. Me cuesta creerlo cuando ese artilugio no cesa de emitir alarmismos inquietantes y voceríos descontrolados de tertulianos. En fin, doctores tiene la sanidad.

Se me ha hecho incomprensible del todo la cerrazón de bares y restaurantes con la pantalla permanentemente encendida sin que nadie la haga caso, o bien la música a todo trapo en otros establecimientos del gremio hostelero, concebidos, en la profusión de mesas y sillas, para la conversación de la clientela, de continuo ahogada en la estridencia a todas horas de los decibelios sin control de un aparato.

Reivindicar el silencio es ardua tarea. La palabra zafia y la música obligada a oírse en los registros del estrépito han colonizado nuestras costumbres. Se olvida que el silencio es una magna demostración de libertad y propiedad que nadie podrá hollar. Las palabras mal dichas hacen prisioneros. Y un recuerdo: el silencio se oye. Sssshhhhhh.

ÁNGEL ALONSO