Como el Madrid en el que resido, la Astorga en la que descanso me obsequia a menudo con visiones impactantes en las alturas. El uniforme galano de ciudad monumental de mi elegido y querido refugio, facilita los paseos de mirada hacia arriba con regalos para la visión y tribulaciones para el corazón. Emociones que andaban a la par, pero que en este ahora, han devenido a imposición de la segunda.
La Astorga de mis andanzas actuales cara arriba es una frecuencia doliente de casas en progresiva ruina con el rótulo de Se vende o Se alquila, oxidado o ajado, como cruel metáfora de defunción, porque años tras año siguen pegados a cristales o paredes en irremediable deterioro. Es el anuncio de la nada, porque aquí, desde tiempos relativamente largos, no se comercia con inmuebles. Un cierre lleva el marchamo de cerrojazo definitivo. Los tiempos cogen rumbo al lucro de los pisos turísticos, alegoría irritante del ninguneo al ciudadano y del encumbramiento al forastero.
Los ambientes tristes ayudan a que un mínimo cambio en el entorno trastoque penurias en alegrías. Este verano recién iniciado, en una espontánea mirada hacia las medias alturas, ahí me lo encontré. Un rótulo pequeño, suficiente para albergar el corto recorrido de cuatro letras con la virtud de resumir la resurrección de una grandeza que fue de Astorga. La palabra rotulada era CINE.
Hace no mucho cerró la última sala de exhibición, y sobre la misma, como un ave Fénix, se revive el retorno a Astorga del séptimo arte. No cambia ni razón ni denominación social. El heroísmo de resistir en pie los embates de una modernidad líquida, merece la evocación de un nombre destinado a hacerse inolvidable, como lo fueron en nuestra memoria los cinco cines que desfilaron ante las ilusiones y diversiones de varias generaciones astorganas.
Cine, en esa modesta rotulación, es una sencillez lingüística que marca el paso a un espectáculo grandioso de luces de neón, alfombras rojas y emociones desbocadas en las plateas. Un cine es la oscuridad en silencio del tejemaneje del villano, a la espera de la luminosidad épica del héroe, que vuelve a poner todo en el orden mágico y loco de los sueños.
En Astorga, en un punto recóndito, hoy puede leerse el rótulo del éxito de una voluntad. Para mí, difumina los no pocos letreros del fracaso que es tratar de vender una nada sin fecha de caducidad.
ÁNGEL ALONSO