Risas

La cochina inflación galopante ha encarecido hasta las risas. En realidad debían estar soportando precios estratosféricos desde hace una pila de años. Qué cara se vende hoy una carcajada. Casi nadie la compra. Y si ésta se escapa es sospechosa de alguna especie de sadismo. Son ahora como diamantes, escasas. Reír no está bien visto como acto público y extravertido.

La risa es mueca benévola por antonomasia. Los sanitarios la diagnostican como rotundo ejercicio de desahogo. También lo son las lágrimas, pero dónde va a parar la comparación. Desternillarse es tajante opción ganadora respecto a llorar; una, identifica la alegría, la ilusión, la otra, es rastro de dolor y pesadumbre. A los estados anímicos agrega las rentabilidades anatómicas del saludable estiramiento de buen número de músculos y tendones faciales. Sobre la manifestación jubilosa, una gimnasia jocosa. Pocas manifestaciones humanas son tan agraciadas.

 

 

Reír es antídoto contra la severidad de los dogmas. Los fanáticos la desprecian por mundana y frívola, cuando no pecaminosa, como nos lo reveló maravillosamente Umberto Eco en su inigualable, novelística y cinematográficamente hablando, En nombre de la rosa, suprema crónica de la negrura inquisitorial del Medievo.

La risa, hija mayor del humor, es el tocado victorioso en una esgrima dialéctica. Triunfo  del ingenio frente a la brutalidad. La nueva inquisición de lo políticamente correcto no la tolera, pues es sonora bofetada al gesto adusto que pretende universalizar en las personas. Febles teorías deben ser esas que no soportan la impertinencia y la ironía en un momento dado, que solo saben hablar en lenguaje tremendista, sin resquicio posible para la escapatoria mediante sonrisa.

Innegable es que el teatro del mundo ha cambiado la representación de comedia a drama. Los argumentos olvidan las risotadas y se instalan en los sofocones. Una risa en medio de las tragedias es como ornar un Cristo con pistolas. Pero, incluso, en casos así, es recurso de fortaleza defensiva.

Complicado, eso sí, dibujarla en la maldad. ¿Nos podemos imaginar a Putin riendo? A mí, me helaría la sangre.

ÁNGEL ALONSO