Las personas que se dedican a la política deben tener un comportamiento ético intachable. Más allá del reproche penal que se sustancie en un juzgado, existen responsabilidades políticas que se deben asumir en su momento. Algunos partidos políticos incluyen medidas concretas en sus propios Estatutos. Sin embargo, se producen situaciones que colocan en clara desventaja a las personas y a las organizaciones con un nivel de exigencia ética más alto. Como el sentido común es el menos común de los sentidos, para remediar esta injusticia se requerirían modificaciones legales, al menos, en tres sentidos.
Que se exija por ley lo mismo a todos: no puede ser que quede al albur de cada organización, ni que yo exija a otros lo que no me aplico a mí, arrastrando por el barro mediático a unos y a otros, tengan o no responsabilidades. Esto, por supuesto, no implica renunciar a la crítica fundamentada y a la denuncia. Pero mezclar churras con merinas y exigir constantemente dimisiones, no aporta transparencia ni decencia. Pierde contundencia la propia exigencia y provoca desafección por la política, además de desconfianza en nuestras instituciones.
Que permitan la reparación política y social si fuera necesario. Se requiere agilidad en los procesos judiciales, modificaciones legales que permitan la recuperación de un escaño, por ejemplo y fórmulas que compensen el daño que se haya podido producir por los efectos mediáticos del caso.
Que sancionen a quien haga un uso torticero de la norma. Ya se sabe que en política están los adversarios (que son los de otras organizaciones) y los enemigos (que son los de casa). Pues imaginemos que un dirigente político se pone a denunciar a diestro y siniestro a sus enemigos políticos, con el objetivo de obligarles a dimitir de sus responsabilidades y así librarse de personas molestas capaces de pensar por sí mismas y hasta de llevarle la contraria. Esa persona violenta la norma y provoca un daño que no debería quedar sin castigo. Otra mala práctica es aplicar las medidas con arbitrariedad. Unas veces se actúa con dureza desmedida y otras se mira para otro lado para no perjudicar a personas con las que se comparten intereses. No aplicar la misma vara de medir, genera frustración, desapego y un lógico enfado que no siempre ilumina para tomar las decisiones más acertadas.
La actualidad reciente nos ha demostrado, una vez más, la necesidad de implementar medidas legales para ponerle las cosas un poco más difíciles a los malos y ayudar así a que ganen los buenos.