Querer. Mentir. Juzgar. Perder. Estos son los títulos de cada capítulo de la serie Querer, dirigida por Alauda Ruiz de Azúa. La misma rotundidad y austeridad que transmiten los títulos se encontrará el espectador en esta miniserie que se adentra en los entresijos de una realidad oculta durante siglos: la violación continuada dentro del matrimonio.
Hay cosas que parece que si no se nombran no existen. Son tan dolorosas y nos avergüenzan tanto que no se pueden contar. Sin embargo, para que desaparezcan tienen que ser nombradas y contadas. Querer habla del sufrimiento, la vergüenza y la culpa que muchas mujeres han sentido a lo largo de los años porque tenían que satisfacer los deseos sexuales de sus maridos con independencia de cómo ellas se sintieran o de cuáles fueran sus propios deseos.
Querer. Hay que reunir un valor inmenso para querer hacer saltar por los aires una vida aparentemente feliz y acomodada pero que estaba asfixiando a esta mujer devastada por tener que soportar, durante años, el sometimiento al poder humillante de su marido que, como gota malaya, iba minando su personalidad y encerrándola en una rutina de aceptación difícil de romper.
Mentir. A toda la sociedad y a una misma para sobrevivir. Hay que tapar, la realidad. ¿De qué te vas a quejar si tienes una casa estupenda, unos hijos ya criados y un marido de buena familia con un buen trabajo que te trata como a una reina? Tienes que mentir para complacerle a él y no desatar su malhumor violento que pone en peligro también a tus hijos. Pero no sólo mientes tú. Tu entorno minimiza y normaliza lo que ve.
Juzgar.¡Qué difícil llegar hasta aquí! Años. Pasan años desde que presenta la denuncia hasta que se celebra el juicio. La escena en la que la víctima se dirige desde la sala donde espera a ser llamada para testificar, hasta la sala donde se celebra el juicio, es especialmente clarificadora de lo que significa “violencia institucional”. La serie nos recuerda que en estos casos, el acusado es él, pero que ella también es juzgada.
Perder. Ese es el escenario al que tienen que enfrentarse las mujeres que deciden salir de una situación de maltrato. Perderlo todo. Por eso, deberíamos ser más prudentes a la hora de pedir, casi exigir, a las mujeres víctimas que denuncien y deberíamos dejar de culpabilizarlas por aguantar, por no denunciar, por callar.
Ojalá protagonicemos pronto, como sociedad, un capítulo que ayude de verdad a las víctimas, el capítulo de Acompañar y Creer, como preludio de un capítulo con final feliz: Vivir.