En el cementerio de Astorga, cerca del pozo y no lejos de la capilla, hay una lápida en la que están enterrados los restos de una persona que, en vida, y hasta la muerte, como es obvio, llevó el apellido Puigdemont. Hace unos días, pasé cerca de la citada tumba y debo reconocer que mi mirada no tardó en fijarse en este apellido tan frecuente, últimamente, en los telediarios, en nuestros más inquietantes desalientos, y en los viajes de los encargados de implorar, genuflexos y por encargo presidencial, los siete votos del político catalán.
Debo reconocer que, durante unos instantes, mientras leía la lápida, con indisimulada satisfacción, cruzó por mi cabeza un pensamiento pecaminoso, que, eso sí, no tardé en rechazar, porque una persona católica, apostólica y astorgana, como el que esto firma, no puede admitir en sus códigos morales cualquier deseo deshonesto que pueda afectar a la duración de la existencia de cualquier persona, incluido el líder máximo del partido Juntos, que no revueltos, por Cataluña.
Pero también debo confesar, que la contemplación del apellido no tardó en llevarme a preocupantes pronósticos sobre lo que pueda ocurrir, en un futuro no lejano, si se mantiene el actual ritmo de cesiones al prófugo de Waterloo, cuyas ambiciones políticas e independentistas son tan difíciles de saciar como el apetito de un león del Serengueti, en época de sequía.
Como es sobradamente conocido, la `fiesta de las cesiones´ comenzó con la alegre, urgente y generosa concesión de indultos a todos los condenados por el procés. Después vino la aprobación de una ley de Amnistía de dudosa constitucionalidad, hasta que la apruebe el Tribunal Constitucional. También se dio luz verde al traspaso de los rodalíes (para los no entendidos, trenes de cercanías), aceptándose asimismo el uso de las lenguas cooficiales en la Cámara Baja, a lo que se sumó la creación de vergonzosas comisiones de investigación.
Y últimamente se han condonado 17.000 millones de deuda a Cataluña, una cifra con la que, según ha dicho un agudo observador, se podría conseguir un milagro tan esperado -y tan imposible- como la resurrección del proyecto del tren Vía de la Plata, que sigue durmiendo el sueño de los justos.
¿Esto es todo? ¿Nuestro Gobierno ya no hará más concesiones? ¿Ya se han satisfecho todas ambiciones de Puigdemont?. La respuesta a estas preguntas es un no rotundo, y de ahí mis inquietantes pronósticos, a los que ya me he referido. Hace unos días, cuando ya parecía imposible, el Gobierno ha dado un paso más (al precipicio), acordando la cesión de las competencias en inmigración a Cataluña que, al parecer, vienen a representar un salto cualitativo determinante para el logro de la independencia, por parte de esa región, todavía española, manque les pese.
Y, claro, en este turbador estado de cosas, los astorganos debemos dejar constancia, de palabra y por escrito, a ser posible, de la inquietud que sentimos en este momento ante la posibilidad de que el líder de Juntos por Cataluña y separados de España, reivindique la titularidad, el uso y hasta el disfrute del palacio que construyó en Astorga el genial arquitecto catalán, don Antonio Gaudí, gracias al tesón y a las influencias del obispo don Juan Bautista Grau Vallespinós.
Sé que muchos de mis apreciados lectores dirán que eso es imposible, pero yo les replicaré que también eran imposibles todas las reivindicaciones planteadas hasta ahora por lo independentistas y mirad donde nos encontramos: tú preñada y yo en la cárcel. Por ello, creo que no nos debemos descuidar, porque si los apremios del Gobierno lo exigen, ¿quién nos dice que los descendientes de Wilfredo el Velloso, fundador de Cataluña, no nos lleguen a reclamar algún día el palacio y hasta los huesos del Prelado de Reus, que hoy reposan en la seo asturicense, a los pies de la Inmaculada Concepción?
Como he dicho antes, teniendo en cuenta que los independentistas son insaciables y nuestro Gobierno débil, hay que estar preparados para lo que pueda venir. Yo, por el momento, ya estoy aprendiendo la lengua de Ramón Llull para evitar que la próxima vez que visite Barcelona los mossos d´escuadra me puedan detener por saludar con unas buenas tardes en castellano.
Sugiero comenzar bailando la conocida sardana de Baixant de la Font del gat para lograr sin dificultad la integración en Cataluña, según la doctrina racista y xenófoba proclamada por los independentistas.
Ángel María Fidalgo
Gran artículo y grandes verdades…
Arsenio García Fuertes