¡Pobre idioma nuestro!

Como es sobradamente conocido, el idioma español, el nuestro, viene siendo marginado y atacado con especial virulencia en Cataluña desde hace años y más recientemente en la Comunidad Valenciana y en las Islas Baleares en las que a los profesionales de la medicina se les exige más el conocimiento  del catalán que el de la anatomía patológica.

 

Esta es una realidad  que se ha impuesto de forma tan radical que cuando un  castellano parlante ve en cualquiera de esos territorios autonomizados un rotulo comercial o una señalización en español, bien se le saltan las lágrimas de emoción patriótica, bien se interesa por el héroe que ha sido capaz de infringir el pensamiento único, o bien da gracias al cielo por poder disfrutar todavía en esos enclaves de los últimos residuos del que es considerado como idioma oficial de todos los españoles.

 

Y ahora, por si esto fuera poco, resulta que algunos de nuestros próceres políticos, esos seres providenciales que alumbran nuestras vidas, esas brújulas que dirigen  nuestros pasos, esos faros que siempre nos conducen a puertos seguros desde la tribuna o los escaños del Congreso de los Diputados  han decidido  atacar también al idioma español feminizando por las bravas, con inusitado ardor uterino, cuantas palabras le vienen a la cabeza, y con el propósito, según argumentan, de seguir avanzando hacia la igualdad de género.  ¡Manda…. Eso!.

 

Ya saben que la pionera en esta cruzada feminizadora fue la ministra zapaterista, Bibiana Aido, que incorporó a nuestro idioma lo de miembra para asombro de académicos y niños con la EGB terminada. Sin embargo esta aportación no tuvo mucho recorrido y la cosa no tardó en olvidarse en el baúl de las gilipolloces ministeriales, que también existen. La siguiente aportación, recuerde, ha sido, como no podía ser de otra forma, la de la podemita  Irene Montero (ahora, Irena Montera), que ha propuesto a la concurrencia lo de portavoza, con el inmediato apoyo de otra cualificada socialista, que ya se sabe que en nuestro país un tonto/a hace ciento/a, incluso más en horario de verano.

 

Es decir, que el horizonte del español es ciertamente inquietante porque  a los fenómenos y fenómenas señaladas más arriba hay que añadir el imparable papanatismo idiomático que se da en el ámbito tecnológico donde se utilizan tantas palabras en español como en la lengua panyabí; un papanatismo que también se detecta en  determinados grupos sociales en los que si hablas de apariencia en lugar de look, de compras en lugar de shopping o de contraseña en lugar de password te conviertes e un ser ánomalo y alejado de la modernidad dominante.

 

Lo último en este `movimiento´colectivo e ignorante de desprecio del español procede ¡manda…eso, otra vez!  De la 1, lo que viene a ser la primera cadena de Televisión Española, donde los conductores (y conductoras) de los telediarios, los corresponsales (y corresponsalas) y los hombres (y hombras) del tiempo utilizan sistemáticamente la denominación catalana o gallega o vasca de las ciudades o de los territorios, olvidándose de la denominación castellana, que también existe y que también es oficial, aunque no lo parezca.

 

En este punto y con el fin de evitar maldiciones hacia mi persona por parte de los integristas de las lenguas vernáculas,  quiero aclarar que respeto ardorosamente la diversidad idiomática de nuestra patria, pero me gustaría que ese mismo respeto se aplicara al español.

 

Porque, vamos a ver, si en determinados territorios el español está proscrito y/o prohibido, si en amplios sectores sociales o tecnológicos se encuentra en franca regresión y si en un medio de comunicación nacional como RTVE la lengua oficial del Estado tampoco es utilizada con la corrección debida, ya me dirán que nos queda a los que tenemos la infinita desgracia de conocer únicamente la lengua de Cervantes, de Miguel Delibes,  de Antonio Machado o de Gabriel García Márquez.

 

Pues eso, solo nos queda la frustración y la intimidad. Porque   si Aznar hablaba catalán en  la intimidad, debo entender que yo podré hacer lo propio con el castellano o tampoco.

 

Angel María Fidalgo