Recientemente comí con un buen compañero en Valladolid, la nueva Corte de los castellanos y leoneses, en uno de mis habituales encuentros con amigos del mundo del periodismo y la política. Charlando de nuestras cosas, mi amigo aprovechó para mostrarme su pequeña dosis de envidia por tener tiempo para ejercer periodismo genuino, recordándome una serie de reportajes de investigación -seis- que publiqué sobre un escándalo financiero con origen en Ponferrada y de impacto nacional. Sin embargo, a mi colega, directivo de un medio de comunicación regional, le hice ver lo difícil que resulta investigar desde una pequeña ciudad, donde todo se sabe, hay ojos y oídos en todos los lugares importantes o sensibles a la información económica y legal especialmente. Eso, por no hablar que hablas de alguien, en este caso, la presunta estafa del Grupo Herrero Brigantina, a miles de ahorradores donde el importe desaparecido se cifra ya en 200 millones de euros.
No sólo el esfuerzo en sí, para que familiares de los acusados, exdirectivos y personal de la propia investigación, que fueron obstáculos al principio, fuentes de confianza después, para salir adelante en tan controvertidos temas. Dinero, poder, clanes familiares… Quizás la peor parte. Lo confieso en primera persona hoy aquí, fueron las amenazas de muerte que recibimos algunas de mis fuentes y yo mismo durante el transcurso de la investigación. En Madrid, Barcelona, Bilbao o Marbella, pueden los compañeros de profesión vivir acostumbrados a esa dosis extra de presión. En Ponferrada y León desde luego no. En todo caso, cuesta mantener la calma y el silencio para que esas difíciles circunstancias no afecten a tu familia y a tu propio trabajo. Al fin y al cabo, contar la verdad de lo que acontece es el quid de nuestra profesión. Escribir sobre algo o alguien y luego topártelo en la cafetería con su séquito, manteniendo la frialdad y el tipo, es un examen que sólo los que han pasado por ello llegan a comprender de lo que se trata y me refiero.
En todo caso, hoy en tono íntimo de esta columna, tras casi tres décadas escribiendo para ABC, al final de la investigación y ver la intensidad y el volumen de lo hecho, uno se congratula con su profesión: Soy periodista, sí.