El Diccionario de la Lengua Española acaba de dar a conocer su última actualización, por aquello de demostrar que nuestro idioma sigue muy vivo a pesar de las agresiones ya perpetradas y las previstas en la ley educativa que abandera la hacendada ministra de Neguri. Igual que José Solís era la sonrisa del régimen, Isabel Celaá encarna el rictus áspero del nuevo socialcomunismo, el gesto prepotente de la margen diestra del Nervión, el tono borde de un Rh de alcurnia para corroborar que no siempre la arruga es bella. Con más de 2.500 novedades incluidas, entre enmiendas y adiciones, sobresale la presencia de términos como «coronavirus», «COVID» -ojo, sustantivo válido en masculino y femenino-, «desconfinar» y «desescalada», palabra esta última que ha generado una enorme controversia antes, por su empleo, y ahora, por su aceptación.
También hallamos vocablos de reciente cuño y diferentes campos semánticos, muy ligados a las nuevas tecnologías, las redes sociales y al omnipresente pensamiento progre. Entre ellos figuran «emoji», «emoticono», «trol», «trolear», «macho alfa» y «fascistoide». El ámbito de la manduca suma la insoportable cursilería de «gastrobar», así como «nacho», que deja de ser solo el hipocorístico de los Ignacios para referirse al trozo de tortilla de maíz típico la cocina mexicana. Llama la atención, además, la inclusión de «vigorexia», que nunca sabemos con certeza si es lo que padece Aznar o un cachalote de gimnasio y, para satisfacción de muchos, «animalismo», definido como el movimiento que propugna la defensa de los derechos de los animales.
La revisión no deja de lado el vasto léxico de la tauromaquia. Algo muy de agradecer en estos tiempos. Ajena a lo políticamente correcto, la Real Academia se arranca de poder a poder en el tercio de banderillas, sin refugiarse en tablas, y clava el par de rehiletes en lo alto del morrillo para apostar por el término «pegapases». Se refiere matador de toros que torea sin arte aprovechando las embestidas de la res. Un perfil de torero del montón y, para colmo, ventajista. En efecto, una cosa es torear y otra distinta poner la muleta según se desplaza el astado, al prevalerse de su inercia. Y precisa que tiene matiz despectivo. Uno mira en derredor y constata, con gran pena, que España posee más pegapases fuera de las plazas que dentro. Que abundan sobremanera en la vida pública, muy en particular en el coso de la política. Castilla y León no es una excepción. Da lo mismo que el toro a lidiar sea contener la despoblación o frenar la segunda oleada de la pandemia. Nada de mando en plaza, de cumplir el axioma belmontimo de parar, templar y mandar, de cargar la suerte, de ir de frente dando el pecho. Sobran pegapases y tuercebotas en el ruedo ibérico. Faltan líderes y maestros.
Ignacio Miranda