En los últimos tiempos, Pedro Sánchez ha demostrado una maestría singular en un arte que no se aprende en manuales de liderazgo: la manipulación emocional y narrativa. Convertido en un verdadero ilusionista de la comunicación política, el presidente ha perfeccionado su capacidad para virar la atención pública, desplazar las culpas y, cuando es necesario, sacrificar a los más cercanos con tal de mantenerse en pie. No hablamos solo de táctica política, sino de un sofisticado juego de espejos que, sin embargo, empieza a resquebrajarse.
Su última intervención, con una petición de perdón en apariencia solemne, ha sido un caso de estudio sobre cómo hacer que parezca que se asume una culpa… sin asumir nada. Un acto escénico que apeló al sentimentalismo, al “yo lo siento” sin consecuencias, y que pretendía colocar al presidente como víctima de un clima de crispación y “fango mediático”, en lugar de como parte activa de la maquinaria que lo ha generado. Y, sin embargo, esa teatralización solo ha calado entre los más fieles. El resto —la ciudadanía, la oposición, incluso voces dentro del PSOE— ve en este gesto una jugada desesperada, un intento de desviar la atención ante el hedor a corrupción que ya no se puede disimular ni con palabrería ni con lágrimas a medida.
La figura de Pedro Sánchez se ha construido sobre una narrativa de resiliencia y liderazgo firme, pero lo que hoy se percibe es un liderazgo aislado, dependiente, atrapado en sus propias contradicciones. Un presidente que se rodea de leales hasta que se vuelven incómodos, y que prescinde de ellos sin pestañear si el relato lo exige. Ya no hay amigos, solo daños colaterales.
La crisis que atraviesa su Gobierno no es meramente estética ni coyuntural. Se trata de un Gobierno sin Presupuestos en dos años, con leyes claves bloqueadas, sin mayoría parlamentaria efectiva y, peor aún, rehén de formaciones independentistas y nacionalistas que marcan el paso en cada votación crucial. La estabilidad institucional ha sido sustituida por una política de supervivencia. Y la tensión, alimentada desde La Moncloa en muchas ocasiones con una narrativa polarizante, se ha vuelto en contra del propio Ejecutivo.
Si esto fuera un manual de gestión de crisis, Pedro Sánchez sería el alumno aventajado en encuadrar los problemas como ataques externos. Pero la repetición constante de esta fórmula ya no engaña. El presidente puede intentar seguir jugando la carta del relato, del victimismo, del “yo o el caos”. Pero cada vez más españoles sienten que el caos ha entrado por la puerta, y que ya no hay nadie al volante, solo un estratega encerrado en su propia burbuja comunicativa.
Con un país necesitado de estabilidad, reformas profundas y acuerdos amplios, el actual Gobierno se ha convertido en una anomalía de sí mismo. El desgaste político es evidente, el apoyo popular mengua, y hasta en los círculos más cercanos se empieza a hablar en voz baja sobre el futuro inmediato.
Por eso, en un símil que entendería cualquier aficionado al fútbol, la situación del presidente se parece a la de ese entrenador que ha perdido el vestuario, que ya no conecta con la afición, y que cada jornada promete una remontada que nunca llega. La pregunta ya no es si llegará a final de temporada. Es si siquiera “se va a comer el turrón”.
Pedro Sánchez está completamente sobrevalorado en el aspecto de la resistencia a las adversidades. Que un personaje incompetente, mentiroso compulsivo y corrupto como este no sólo haya llegado, si no que se mantenga en el poder se debe a dos razones. Que vivimos en un país culturalmente atrasado en el que una gran mayoría vota sin tener ni idea de política o lo que es peor, sin tener ninguna capacidad crítica, votando simplemente unos sentimientos que no solo no defiende un partido si no que directamente los agrede. En segundo lugar por una ley electoral de mierda que permite un gobierno de partidos minoritarios, y como es el caso, de partidos que lo único que desean es que a España la vaya como el culo. Y qué mejor que este presidente para eso. Así también capeo yo temporales…Cuando miento descaradamente, enchufo a mi familia y amiguetes, controlo medios de comunicación y justicia etc etc y no pasa nada esto deja de ser democracia para ser una partitocracia. Es un juego amañado, donde puedo sacar todos los ases que me de la gana porque no me van a echar de la partida. Si encima tienes a una oposición adormecida con un líder como Feijoo con el que es dificil no dormirse a los dos minutos de escucharlo, pues tienes el caldo de cultivo perfecto para que un virus nocivo como Sánchez espara todo el veneno posible sin ningún tipo de inhibidor. En Francia o Reino unido este personaje no llega ni a presidente de comunidad de vecinos y si por una carambola del destino lo hiciese, no dura ni tres telediarios.