Pasear es un arte. Ritmos, cadencias, miradas, posturas, andares….configuran el ritual de una caminata que exige etiqueta. Pasear siempre tiene origen, pero casi nunca destino ni distancia. Es como dejarse llevar por una fuerza oculta, irreprimible, de sensaciones. La excursión admite variedad infinita de entornos. Las piedras viejas de la historia, la naturaleza colorida según estaciones, el sendero agreste o fastuoso, la rivera fluvial aromática y húmeda, las playas de mares sin final visible, las calles vulgares que esconden un mínimo rincón hechizante. Todo es un juego de hallazgos.
Paseo es una palabra bonita que suena a tiempo de ocio en acción. La propuesta de dar un paseo es una llamada a lo enigmático. Nunca incluye hoja de ruta. A lo que salga. A la buena de Dios. Caminar sin rumbo es como una vida sin agenda. El sumo placer de recuperar los momentos sencillos en nuestras enmarañadas existencias.
Se puede pasear a mirada fija en el horizonte. Se puede, también, hacerlo moviendo cuello hacia lo alto porque las arribas del cielo o de las casas se saben esculpir y pintar de formas fascinantes. De Madrid, por ejemplo, se dice que hay que andarla mirando por elevación. Y verdad es.
Pasear por Madrid es un calco de hacerlo por Astorga. Ambas presumen, y pueden jactarse de ello, de firmamentos azules, cuando la escoba de los vientos aparta las porquerías de la contaminación o las calimas. La capital nos azota con una insufrible boina de tiempos modernos que no casa – jamás podrá hacerlo- con el casticismo de chotis, chulapos y chulapas, que concedía pasajes sin escalas de aquí al mismo cielo.
Astorga es más fiel en el regalo de deambular a cielo raso, de un azul de ojos de vikingo. Es luz radiante que no ceja ni en las pocas horas de luminosidad que concede el equinoccio de invierno. Aquí, el foro de paseantes es un paseo amurallado que solo pacta con el sol. La noche, su mínima insinuación, es un toque de retreta. Los veo en los atardeceres tardíos del verano y prontos del invierno, o en los amaneceres a la inversa, al trote alegre de una experiencia grata, que insufla vida en los mayores y vitalismo en los más jóvenes. Se citan como los pájaros, por un impulso inescrutable, sin mensajes ni gusap. Es la grandeza del arte de pasear. Antonio Machado, un lujo, puso poesía a los caminantes.
ÁNGEL ALONSO