Palacio

Astorga no tiene corte. Sí palacio. Con inquilinato episcopal. El obispo en esta tierra es monarca…de conciencias, más que de territorios, que tampoco escasean. Rige en la segunda, por superficie, demarcación obispal de España. Como para andarse con remilgos  a la hora de alojar dignidades eclesiásticas.

El palacio episcopal de Astorga es notoriedad de segundo apellido. Al igual que en los colegios, el que toma identidad de camaradería, cuando el primero abunda. Pocos García o López se oyen en las aulas. Más de tres serían los aludidos. Si entran antes por el oído las filiaciones secundarias, esas marcarán pauta. Si dices episcopal, uno se pierde en el marasmo; si dices Gaudí, de lo común se pasa a lo propio.

Así, pues, el palacio episcopal de Astorga se sustenta en el de Gaudí.  Con el posesivo en todo lo alto, o, si se quiere, con la preposición que da realce a los apellidos de alta alcurnia. El monumento acredita clase y donosura de urbe importante. Curiosidad: la posesión es parcial. El genial arquitecto lo proyectó, pero no lo acabó. Un detalle para las crónicas, pero no para el sentir de astorganos y visitantes que se quedan con la autenticidad de la firma como signo del valor artístico.

Con este palacio me ocurre lo que leí de cierto autor literario con los edificios que rompen entornos. No gustan a la primera ojeada, pero las retinas, a veces, son indulgentes y terminan haciendo hueco a miradas gozosas. Cuestión de acostumbrarse.

Tiene el palacio la apariencia de una arquitectura infantil, casi de castillo de cuento de hadas. Deslumbra el brillo de su piedra gris cuando es acariciado por el sol. Atraen las torres en formato de cohete infantil que descarga juguetes y golosinas.

Hombro a hombro con la catedral agudiza asimetrías estilísticas que encandilan a vanguardias estéticas y ofenden a conservadurismos urbanos. Pero está ahí, gustando y gustándose en la conquista de una orografía opuesta a la que encumbró al genio  reusense por calles y parajes de Cataluña.

  ÁNGEL ALONSO