¿Otra campaña electoral?

La tarde del domingo 9 de junio, gris y poco veraniega, solo se escuchaban los gritos de los que estaban siguiendo el partido final de Carlos Alcaraz en Roland Garros. Tras cinco largos sets pudieron exteriorizar toda la satisfacción que suponía comprobar que Nadal tiene un digno heredero. A esa hora los principales partidos ya sabían que lo suyo no estaba tan claro, que iba a ser difícil aplaudirse con entusiasmo y poner cara alegre por la noche, ante las cámaras, cuando se conociera el resultado de las elecciones europeas. En las sedes había una aparente y obligada satisfacción –en algunas ni eso– que ocultaba el nerviosismo real. A las once de la noche se conoció qué opinaban los españoles del trajín que se habían traído los políticos durante todos estos meses dedicados a sucesivas campañas electorales. En las europeas, como la conciencia general es que no se juega casi nada, el voto suele ser más desinhibido.

Elefantes y políticos

Ahora que se sabe que también los elefantes son capaces de llamar por su nombre –o lo que sea– a cada miembro de la manada, parece que los únicos que tienen problema para llamar a las cosas por su nombre son los políticos. Pero, tratando de traducir, el 9J dejó algunas constataciones: al PP le cuesta acertar y sacar partido a las campañas electorales, hay al menos cinco millones de votantes socialistas que mantienen su “patriotismo de partido” pase lo que pase y la izquierda comunista o radical es persistentemente autodestructiva. Al día siguiente se unió una más: la contumacia de los independentistas. Se repartieron la mesa del Parlament y desobedecieron otra vez al Tribunal Constitucional. Y pocas horas después pudieron comenzar a solicitar que se les aplicara la amnistía ya que, una vez que habían pasado las elecciones, se publicó y entró en vigor la ley. El embrollo jurídico-político de la amnistía nos perseguirá meses y meses. Igual que el de las actividades de Begoña Gómez. 

Cataluña, otra vez

Todas las etapas finales de los sucesivos gobiernos han terminado con los juzgados marcando la agenda. Ahora no se sabe si la legislatura tiene tres años por delante o está muerta. Lo decidirán los independentistas, otra vez. Su siguiente paso será intentar impedir la investidura del socialista Salvador Illa al frente de la Generalitat y, a continuación, reponer a Puigdemont en el cargo, aunque sea después de tener que repetir las elecciones catalanas. La repercusión de todo esto en la estabilidad del gobierno de Pedro Sánchez es imposible de prever. A ello se suma Sumar, en proceso de deconstrucción. Y en el otro lado, a la confusa relación entre PP y Vox, se ha sumado el espontáneo Alvise, un demagogo oportunista de libro: 500.000 seguidores en Telegram, 900.000 en Instagram, 170.000 en TikTok, igual: 800.000 votos.

¿Cambio de estrategia?

La idea de Pablo Iglesias de formar un frente de izquierdas y nacionalistas imbatible para las derechas, arrinconadas en el estereotipo ultra, idea a la que se apuntó con dedicación Pedro Sánchez, ha funcionado mal que bien. El problema es que eso hace que los partidos de cada bloque compitan con sus socios por los mismos electores. Consecuencia: el PSOE ha tenido que vaciar a Sumar y Podemos para no caer él. Pero si reduces la representación de tus socios puede que entre todos no se llegue a la mayoría necesaria. A lo que hay que añadir ahora la incertidumbre de lo que hagan los independentistas catalanes. Los estrategas de La Moncloa tienen trabajo para este verano. De momento ya explotan el fenómeno Alvise y han lanzado dos debates de despiste: otra vez el CGPJ y normas contra los bulos. Traducido al lenguaje del momento: acabar con los jueces y los medios de la fachosfera. Seguirá siendo difícil que les quede tiempo a unos y otros para pensar algo que tenga que ver con el país y no con su supervivencia política.

Desde hace 15 años el 80 % de los españoles (Metroscopia) piensa que los políticos son parte del problema y no de la solución. Para muchos el presidente del Gobierno es un mentiroso; el PP, una pandilla de indecisos; Vox, unos vagos demagógicos que señalan problemas, pero no saben cómo solucionarlos; Sumar y Podemos, un grupo de radicales que no se aguantan entre ellos y los independentistas, unos incompetentes aprovechados que solo van a lo suyo. Por no hablar de la corrupción. Y después les extraña que surjan personajes como Alvise.

Viene otro verano caliente, y no solo por lo del clima. Lo que pasa es que la mayoría parece que ya ha desconectado y se dedica solo a intentar arreglar sus asuntos. Y si puede, un poco de terraza o, mejor todavía, chiringuito.

Ángel M. Alonso Jarrín

@AngelM_ALONSO

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