Mucho se habla en Astorga de su decadencia. Seguramente un contagio de la epidemia que asola a la provincia y demás zonas de la comunidad autónoma adscrita, con excepción de una capital poderosamente centrípeta, que se guarda para sí lo que tiene y apaña lo que no tiene con los modos y maneras de amo frente a pícaro.
Pocas dudas sobre unas habladurías con poderosos argumentos. Astorga es urbe en un ocaso que se refleja con la noble dignidad de las grandezas pasadas. Es decir, con lupa sobre el objetivo. Es una vieja dama vestida de continuo para la gala, pero ya ajada por las arrugas en rostro que fue hermoso, terso, un cutis delicado. Una indiscutible reina del baile de salón que no está ni se la espera para los perreos de discoteca que son las modas del momento.
Administrativamente es ciudad y añade a la toponimia cualidades de nobleza, lealtad, mérito del bueno y un DNI a escala bimilenaria. Fue Augusta en latín, sede episcopal de renombre y lindes amplias y anchas, lugar de andanzas belicosas contra las águilas imperiales del gran corso Bonaparte y tierra de una raza de hombres y mujeres que se relataron en esfinge, porque retratados en primeros planos se saldrían de la foto. Grandeza con orgullo, simientes de la honestidad de las palabras, lejos de los formalismos de las firmas.
El ocaso de Astorga se escribe conforme a un guión actual de valores con el sello y remite de una sociedad apegada a materialismos monetaristas. Aquí, sí, aquí esta ciudad, se bate en retirada. Es prisionera de un debate en el que lo moderno, para sobrevivir, exige la aniquilación de pasados en el límite mínimo de media hora, Y este lugar, hay que admitirlo, huele a alcanfor.
Aún así resiste. Pocas localidades en España, con un censo que sobrepasa apenas diez mil paisanos, pueden presentar ante los ojos del forastero un conjunto monumental de catedral, palacio episcopal y ayuntamiento que se hace perenne en los ojos.
Pero no solo de piedras vive el paisanaje. Astorga se asemeja a la novela de Lampedusa, El Gatopardo, descripción del retroceso de la aristocracia ante el empuje de la burguesía. Una extraordinaria parábola de los tiempos viejos contra los nuevos. Nuestra ciudad está en ese dilema. Sangre joven y vieja sabiduría. La primera, escasa; la segunda, abundante. Solución al problema: equilibrio entre ambas.
ÁNGEL ALONSO
Que razón tienes.