Mitin en el puente

Había ganas, pero que muchas ganas. Hacía tiempo que no se salía de casa sin tanto miedo, sin tanta restricción, sin tanto covid. Es como si la sociedad entera asomara  a la puerta y echase un paso afuera, a la calle, a la vida exterior que es como se vive incluso en el norte de los países mediterráneos. De repente, medio mundo se puso en carretera siempre hacia desplazamientos dentro de la piel de toro. Sigue el turismo rural, el alternativo de la autocaravana y los tradicionales destinos de costa llevándose la palma.

A Pedro Sánchez también le pareció el momento para acercarse al Bierzo. Algunos creyeron que pasaría aquí más tiempo. Se tenía ganas de ver al presidente de España por aquí. Pero un mitin. Ese fue el espacio que concedió a la comarca castellano  y leonesa. La parroquia salió contenta, enardecida de sus ideales, reforzada en sus opiniones. Al menos, para muchos mereció la pena. Sin embargo a otros les supo a poco.

Como si de una forma de actuar en política se tratase, los mítines fuera de campaña se han colocado en la agenda de nuestros principales políticos como si estuviésemos de campaña contínua, y de hecho, así es. El monstruo de la comunicación pública se alimenta de imágenes, textos y sonidos de tantas formas como ya cada uno se pueda imaginar. Es el directo técnico sin periodistas.

Y mientras nuestra formación en vulcanología nos empachaba, llegaron las banderas, sus orígenes y sus porqués. De repente todo se tiñó de rojigüalda con la consiguiente versión crítica alternativa. Y salió el tema de monarquía o república. La bandera regional. Los verdaderos colores de los comuneros que no constan en la insignia republicana o por qué Carlos III buscó una identificación más llamativa a sus barcos o Isabel II proclamó la roja y amarilla como definitivamente bandera oficial.

Pero llegó el miércoles. El sueño del puente había pasado. Todo era normalidad. Y en esto nos cantan las cifras de los presupuestos para la zona, apenas 7 millones, más de la mitad para la Ciudad de la Energía. Sí, esa que inventó Zapatero y que casi tumba Rajoy. Esa o eso que no sabemos muy bien qué es y en qué acabará.

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