Camina silencioso pero raudo y diligente entre las mesas del interior del local y la terraza. La milla de oro histórica de Ponferrada, la que va desde la plaza del Ayuntamiento hasta el Castillo, pronto dejará de contar con uno de sus personajes más habituales, Manolo, el camarero de La Lechera, el de la plaza de La Encina, se jubila.
Se podría afirmar de él sin llegar a mentir que Manolo casi nació, creció y vivió por y para su oficio. Desde la Cafetería Vera Cruz bajo la tutela de su tía Maruja que lo acogió de adolescente hasta terminar en el Café Heladería La Lechera. Por el camino, miles de kilómetros de acá para allá con la bandeja y el trapo en el antebrazo, la educación por bandera, la comanda de memoria por larga que fuera, rapidez en el servicio, generosidad en el trato amable y cercano. Manolo no nació camarero, pero casi. Cuando uno lo ve trabajar distingue en él oficio y formas profesionales de antaño, como aquel otro Manolo en la Cafetería Nevada, Marce del Rey Alfonso, Geni del Magel, Miguel el del Capitol, Valentín el del Piú y otros clásicos de la hostelería ponferradina que no se me ofendan por no consumir el espacio de columna acotado.
Manolo ha sentado cátedra entre las docenas de chicos y chicas que lo han acompañado en su quehacer. Unos han querido aprender, otros ni por esas. “Son otros tiempos”, sentencia el barman. En el argot hostelero, nuestro personaje sería jefe de sala, pero sin lucir galones porque Manolo se muestra como es, humilde, trabajador y discreto, muy discreto. Oye y calla. Ve y olvida. ¡Cuántos protagonistas de la vida social, económica y política del Bierzo han pasado ante su bandeja y él haciendo como si nada!
Pero Manolo, el Manuel humano, también ha tenido sus travesías de desierto, sus horas bajas, su lucha contra sus demonios que gracias a Dios ha vencido hace muchos, muchos años ya. Él se sincera y en confianza lo cuenta. Una vida de un camarero en los mejores años en la llamada Ciudad del Dólar, donde la hostelería era rica y abundante, la vida nocturna, las anécdotas, los excesos, los amoríos, las riñas y los negocios. Testigo mudo pero verdadero. “Alejandro, tú que escribes tanto, ¿para cuándo hablas de nosotros, los camareros?” Ya te echamos de menos.
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