Victoria y Paul podrían ser un dúo musical mixto de los que hubo buenos ejemplos en la etapa pop y soul de la segunda mitad del siglo XX. Para la muchachada de los guateques sesenteros, Ike y Tina Turner o Sony y Cher, eran acompañantes fijos en los bailoteos de acercamiento al intento de ligue focalizado, previo a los agarraos que certificaban el blanco en la diana.
Los antedichos no fueron pareja musical. Cultivaron su quehacer en la distancia física de continentes separados. La unión les encontró en la coincidencia de fecha de sus fallecimientos. En un primer día de mes florido que ya marca el crisantemo como el pimpollo dominante para los lectores. Me refiero a Victoria Prego y Paul Auster. Española y estadounidense, como remarcan las toponimias de los apellidos. Fueron dualidad en las letras; ella, en la fugacidad del periodismo; él, en el sedentarismo de la literatura. En cualquier caso, dos portentos en el juego malabar de las palabras.
Los caprichos del calendario han querido este año que, al festival de las letras que ha significado el premio Cervantes para nuestro Luis Mateo Díez, en el plazo de una sola semana, el negro telón del luto haya cubierto la bendita inspiración de escribir con el lenguaje universal de la inteligencia, la mesura y el esparcimiento.
Victoria y Paul, en el único campo de las letras y en sus dos estilos practicados, han traído a la memoria unos referentes de calidad y hondura de mensaje que se ha disipado tanto debate estéril sobre el papel actual de la literatura. Con Auster, y su última novela, Baumgartner, recientemente leída, penetré en la olvidada dimensión de esa escritura de los recuerdos que tan común es a cualquier mortal, pero que no deja de ser traducida a lo estrictamente personal cuando se lee como una sacudida de los sentimientos.
Prego es el periodismo tan echado de menos. El mero manual de la información objetiva en el dominio absoluto del texto o la alocución, pero endulzada o amargada con unas pocas gotas de opinión sin militancia que ayudan al lector a recolocarse en el contexto. No supimos de qué pie cojeaba, si del izquierdo o del derecho. Qué difícil y poco rentable es guardar hoy esa ambivalencia. Sin Victoria Prego en la vanguardia periodística de la Transición, las libertades que se sucedieron pudieran haber sucumbido bastante antes a los excesos de este ahora mismo.
ÁNGEL ALONSO