El Paseo de la Muralla, en el callejero oficial, de Blanco de Cela, responde con precisión incuestionable a la categoría de vía urbana. Paseo, un dardo en la diana. Edén de la caminata sonora, todo lo más, en el murmullo de corrillos y en el trino de vencejos. Imán de los ojos hacia el monte Teleno, día sí, día también, antojado distinto.
Los que allí moramos, aunque sea por razón de temporada, constituimos un vecindario horizontal, no de pisos, sí de casas, sobre trayecto de casi un kilómetro entre puntas extremas. Las altas verticalidades no amigan con entorno urbano al filo de un balcón abierto a la naturaleza.
Siendo así, no es de extrañar que La Muralla sea una historia inagotable de personajes. No se puede concebir sin ellos. Luis Miguel Alonso Guadalupe, desde siempre acreedor del hipocorístico Luismi de la familiaridad y la amistad, fue esencia y presencia del lugar. Luismi acaba de trasladar andanzas a no se sabe qué mundos celestiales o cósmicos. Pero por allí andará como buscador incansable de conversaciones que atraparán contertulios con ojos y oídos avizores.
Luismi era un referente de la Muralla en clave de hogar y de ágora, o lo que es lo mismo, de vecino y paseante. Argumentos sobraban. Labia no le faltaba. De originalidad iba sobrado. Un conversador que otorgaba a su auditorio lo mismo la palabra precisa a la cuestión en disputa, que el picotazo de una ironía o la despresurización de una anécdota en la didáctica suprema del humor.
Cruzarte con Luismi era frenazo en el deambular para atender con pie quieto, pese a las protestas de lumbares, a su catálogo inacabable de sucedidos, vivencias e inquietudes, las que, en sabroso cóctel, hicieron de su nombre y persona, referencia cultural de Astorga en cine, letras, pintura y otras filosofías de la vida.
Un negro día, el ictus atacó con su reconocida naturaleza traicionera. Luchó, como el ser vitalista que era, y escapó de las garras de la muerte, para concederse y concedernos tiempos extras de charlas y paseos por la Muralla. No salió indemne. Luismi tuvo que cambiar el movimiento ágil de los talones por el transitar dubitativo, asido al andador. No dio la imagen de derrota. Se aferró a la rebeldía de la persona inquieta que tuvo y retuvo. La pose erguida necesitó de descanso en los bancos. Daba lo mismo: siguió siendo académico en su academia de la Muralla.
ÁNGEL ALONSO