Los jóvenes no son culpables. Ante la quinta ola la de contagios de coronavirus se ha responsabilizado a este sector de la población en los últimos casos de propagación. Contagios en grandes fiestas nocturnas, en centros de ocio cerrados o en parques y aparcamientos exteriores. Es el famoso fenómeno del botellón. Las medidas preventivas básicas, como las de uso de mascarillas o de separación entre personas no se cumple. Y las imágenes replicadas hasta la saciedad en todos los puntos de España se utilizan como prueba acusatoria de los imberbes.
Pues no. No es del todo cierto. Los jóvenes no tienen la culpa de ser eso: jóvenes. Con ganas de liberar tanto acumulado, tanta testosterona y tanta normativa en contra de su natural libertad. Pero esos jóvenes no son todos los jóvenes. Los inconscientes lo son porque la falta de educación, de mentalización en casa demuestra que no se ha enseñado correctamente. Es como al conductor ebrio. La mejor medicina es hacerle conocer a un parapléjico de su edad y que te cuente su historia, su triste historia de una inconsciencia peligrosa para él primero y para la sociedad después.
Las medidas tendrán que recrudecerse. De acuerdo. Esa es la responsabilidad de nuestras autoridades. Pero no criminalicemos a la juventud, por favor. Los que tienen que probar el “jarabe del palo” son todos aquellos que en manada se encaran con la policía, que agreden sexualmente en manadas o que matan a patadas a otros por su mera condición sexual. Siempre se ha dicho que el nivel y cultura de una sociedad, de una nación, viene dada por el modo en que trata a los débiles, a los enfermos mentales, a sus ancianos y a sus adolescentes.
La enseñanza que debemos aplicar ante este problema de la quinta ola es que a lo mejor hemos levantado de las restricciones demasiado pronto en general, es que la economía ha vencido a las medidas sanitarias, es que el miedo a aplicar la autoridad nos hace al resto endebles y flojos, en especial a nuestra clase política que dinamitada en tantos niveles y administraciones hace que el Estado se mueva un elefante viejo, lento y poco sabio, muy al contrario de los paquidermos verdaderos.
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