Lo que cuesta ser un Imperio

Y porque no todas las potencias hegemónicas llegan a serlo de verdad en el tiempo

Recuerdo haberme sorprendido en el mes de agosto del 2021 cuando, en plenas vacaciones familiares, observé atónito, a través de los medios de comunicación españoles e internacionales, la inesperada retirada y estampida de las fuerzas militares de EEUU de Afganistán; retirada que revistió el carácter de una franca y vergonzosa huida. Parecida a ella fue la que vi, de muy niño, allá por abril 1975 en los televisores que (en el blanco y negro de la época) nos hablaron de otra derrota y fuga, nada edificante, también de los norteamericanos, en Vietnam. En ambos países, Vietnam y Afganistán, después de muchos años de guerra, de pérdidas humanas propias y ajenas, y de dinero y de recursos quemados, se abandonaban a dos países y a más de la mitad de la población que se había implicado en la lucha contra el comunismo y el integrismo islámico, en manos de estos dos poderes liberticidas que al final conseguían la victoria y la implantación de sendos gobierno autocráticos.

Parta de inmediato que como español ni puedo ni debo dar lecciones a nadie, ni de dignidad, ni de relaciones internacionales, ni mucho menos de cómo llevar a cabo una política hegemónica “neoimperialista” en el mundo, la cual, sin dejar de serla, también es cierto que lleva aparejada la implantación y el desarrollo de los derechos humanos, las libertades y un apreciable desarrollo económico, conjunto de valores nacidos, pese a quienes pese, en Europa y América entre el siglo XVI y el siglo XX.

Y digo esto último, porque el papel de España, o más bien de los españoles, entre el siglo XIX, XX y comienzos del XXI ha sido de todo menos ejemplo de firmeza y coherencia de estabilidad democrática, de convivencia pacífica o de implicación internacional de peso en el mantenimiento de la paz y los derechos humanos en el mundo. Como únicos logros notables de nuestro siglo XX destacamos apenas el haber mantenido España su neutralidad en la I y II Guerra Mundiales (eso sí, separadas ambas por el sangriento interludio de nuestra Guerra Civil) y la Transición Democrática de 1975 al 2004.

Contaban los historiadores clásicos, de ayer y de hoy, que, con los años y el éxito, las potencias imperiales y los pueblos ricos, adocenados por el estado del bienestar, se hacen pacifistas hasta el extremo de preferir “pagar a los bárbaros” para comprar la paz. Un primer síntoma de este hecho es que estos estados eliminan los ejércitos de ciudadanos (el “servicio Militar”) para crear pequeños ejércitos de profesionales o mercenarios evitando que sus hijos vayan a la guerra, aunque sean las que mantienen sus imperios y su hegemonía económica, política, tecnológica y aún cultural, base de la prosperidad económica de estas potencias y de sus ciudadanos.

La Historia nos muestra que los estados que se convirtieron en potencias hegemónicas imperiales tuvieron que mantener a lo largo de los siglos continuas guerras (defensivas y ofensivas) para controlar sus fronteras, para mantener abiertas sus rutas comerciales y militares, desbaratando cualquier otro poder que amenazara su posición. Así lo hicieron el antiguo Egipto, la Roma Imperial, China y luego las potencias Europeas como Portugal, España, Gran Bretaña y Francia. Todos estos estados sostuvieron largas y muy costosas guerras, las más de ellas victoriosas, pero muchas también guerras defensivas de desgaste que no podían ganar, pero que tampoco podían perder pues ello hubiera afectado al poder, al respeto, a la lealtad, a la confianza y, también, al temor, que aquella potencia despertaba sobre sus enemigos y sobre sus aliados.

Esta necesidad de seguir luchando sine die por mantener unos valores de poder (morales y materiales) es lo que los gobernantes del Imperio español en el siglo XVII llamaron la “Reputación”…

Por mor de la Reputación la Monarquía española mantuvo durante 80 años una guerra interminable en Flandes contra Holanda y sus aliados protestantes (británicos, alemanes, daneses y suecos…), sin abandonar por ello a sus pequeños aliados católicos, los valones que hoy forman la mayor parte de Bélgica, país que en buena parte existe gracias a España y a su “reputación”…Por necesidad y reputación España mantuvo durante dos siglos otra guerra interminable de desgaste en el Mediterráneo contra el Imperio Turco (adalid del Islam) al que frenó en su expansión hacia Europa…por Reputación y necesidad España mantuvo guerras intermitentes durante otros doscientos veinte años en el Atlántico y en Asia contra Gran Bretaña, Holanda, y Francia…

Por Reputación todas las grandes potencias que han tenido imperios han seguido luchando durante siglos, a veces ganando y a veces perdiendo, pero siempre luchando.

Por reputación España se fue derecha al Desastre del 98 frente a Estados Unidos en una guerra que no podía ganar, pero cuyo precio a pagar por huir (entregando Cuba, Puerto Rico y Filipinas) sin luchar, o vendiéndolas por unos pocos millones de dólares al nuevo Imperio, hubiera supuesto una catástrofe aún mayor de lo que ya fue para la conciencia nacional de España…se perdió todo, como dijo Cánovas del Castillo (uno de los responsables del desastre por no querer actuar y practicar la política del avestruz o de don Tancredo -¿les suena?-) salvo la reputación, la dignidad… eso sí, se luchó “hasta la última peseta y la última gota de sangre”.

 

Si una potencia es un Imperio se ha de estar (como decían los abuelos) a las duras y a las maduras. Pero es bien cierto que el Imperialismo (ideología y práctica condenada por la ONU desde 1946), o mejor dicho el neo imperialismo del siglo XXI (un dominio menos militar que económico, comercial y político), casa mal  con las democracias actuales que lo sostienen en la sombra.

Las potencias occidentales hoy son Democracias, con gobiernos elegidos cada cuatro años y que dependen de una buena imagen interna ante su electorado, con una clase política cada vez peor preparada y que solo se mueve por el cortoplacismo y por las encuestas de opinión. Estos gobiernos democráticos actuales son incapaces de afrontar con responsabilidad y de hacer saber a sus pueblos soberanos el alto precio que hay que pagar por mantener su prosperidad, su riqueza, la paz, la seguridad, la defensa de su soberanía y de los valores de libertad y de respeto a los derechos humanos que solo por ellas, por las democracias burguesas liberales, existen en parte de nuestro vasto mundo. Logro de la socialdemocracia fue la creación y defensa del estado del bienestar, pero esa es otra historia.

Cierto es que detrás de este idealismo existen, soterrados, los intereses económicos, geoestratégicos y políticos que mueven los poderes del mundo. Pero en una democracia en la que los medios de comunicación son libres e independientes (en unos países más que en otros) y en los que existe una oposición política para la que la principal preocupación (sea el partido que sea) es desgastar el gobierno, desprestigiarle y provocar su próxima derrota electoral para sustituirle; donde hay tan poca o ninguna responsabilidad de estado (la cual la suelen pedir más alto aquellos que gobiernan y nunca la practicaron en la oposición), donde no vemos políticas que miren más allá de los cuatro años de una triste legislatura… está claro que una democracia así no puede resistir (salvo en casos muy graves y contados) el sostenimiento ni de una guerra larga ni de una política exterior activa en defensa de sus intereses económicos, políticos, y a veces, también de otros valores como los derechos humanos o las libertades.

Curiosamente esos problemas no los tienen los estados que no son democracias, pues son dictaduras de partido único, o pseudodemocracias con regímenes políticos autoritarios que mantienen la imagen de existencia de elecciones y parlamentarismo, pero en las que, curiosamente, son el mismo partido y el mismo político, o sus allegados, los que se perpetúan en el poder ante la indiferencia de la mayor parte de sus propios ciudadanos.

Para ser Imperio hay que saber pagar un precio y jugar a muy largos plazos, mucho más allá que los que marquen las encuestas de opinión o las elecciones legislativas de una democracia, pero para eso hay que tener una clase política solvente, guiada por grandes dirigentes políticos y estadistas que con el mandato de su pueblo sepan decirle a éste lo que no quiere o no desea oír; así hizo Winston Churchill a los británicos y Charles De Gaulle a los franceses en 1940 (en sus momentos más oscuros frente al nazismo), Adenauer a los alemanes de los años 50, y años antes, a comienzos del siglo XX, José Canalejas y Eduardo Dato a los españoles … es claro que necesitamos dirigentes que piensen en las consecuencias de los actos de su gobierno para dentro de diez, veinte o cincuenta años, no para el miserable rédito político de ganar las próximas elecciones nacionales, regionales o municipales y llegar a un gobierno. Y en esto, los ciudadanos que votamos a esta clase política somos más culpables que ellos.

Desgraciadamente los españoles hace mucho que perdimos a este tipo de dirigentes, desde la época del Cardenal Cisneros o los grandes ministros ilustrados del siglo XVIII, y loables excepciones en el siglo XIX y XX (muy pocas)…duela a quien le duela, ni desde conservadores a progresistas, ni desde la derecha a la izquierda, hemos tenido grandes gobernantes de altura que hayan sido capaces de pensar en los hijos y nietos del Pueblo a quien gobernaban…los últimos grandes españoles fueron los de 1978 y de la Transición (los mismos a los que el comunismo actual y el nacionalismo denigran hoy en España); fueron grandes gobernantes y políticos, sin duda, aunque muy ingenuos la mayoría de ellos por sus concesiones a los nacionalismos; los resultados los vemos hoy en España y los padecemos todos los españoles…

También es necesario para una potencia hegemónica con gobiernos democráticos y en libertades, tener un Pueblo que, una vez cubiertas sus necesidades básicas de trabajo, educación, sanidad, libertad, igualdad de derechos, seguridad…, sepa que los mismos no son gratuitos ni son innatos al ser humano; es necesario que sepamos cuál es el precio de esos derechos heredados del sacrificio y de la lucha de nuestros antepasados; que sepamos que hay que mantenerlos y defenderlos contra quienes desde fuera y desde dentro de nuestros estados-naciones quieren destruirlos o reducirlos… a veces atentando contra sus libertades, a veces atacando su economía o nuestros legítimos intereses exteriores…

Por todo ello se necesita un Pueblo formado, educado y responsable, que sepa pensar no en cuatro años, sino en el plazo de una o más generaciones, es decir un Pueblo que sea Ciudadano…

En las Democracias al ser los Gobiernos y la Clase política elegidos por el Pueblo mediante elecciones cada cuatro años hacen que sea mentira la afirmación recurrente de que los malos políticos y gobernantes engañan una y otra vez al Pueblo Gobernado, por la sencilla razón de que es el Pueblo el que los elige, y a veces los reelige a pesar de sus mentiras, de su desgobierno y de destrozar o dividir a un país…o por el contrario no los elige, ni reelige, cuando el gobernante o candidato habla de la necesidad de hacer sacrificios personales y colectivos para asegurar la prosperidad presente y, más aún, la de las futuras generaciones y la del estado que asegura las mismas.

Si alguien se escandaliza al leer estas líneas, simplemente le podría decir que así es la historia y la geopolítica. Los estados, los grandes países no tienen amigos y suelen estar solos; las grandes potencias crean sus hegemonías solas, contra muchos enemigos; combaten solas (antiguamente con ejércitos, ahora también con el comercio, el dinero, la tecnología, la banca mundial…) y caen solas; algunas por reputación caen luchando, otras fiando todo a la estadística, al dinero o la tecnología, cuando no ven claro que se pueda ganar fácilmente una guerra se van, salen corriendo de las fronteras de sus imperios que dejan en manos de los bárbaros a los que no han querido o podido vencer, porque nunca estuvieron dispuestas a pagar el alto precio que ser un imperio suponía; abandonan así a sus aliados a los que dejan en la estacada, avergonzándolos, y avergonzado a aquellos de sus ciudadanos que son capaces de ver más allá porque, entre otras cosas, leen libros y saben de historia…

Los malos emperadores romanos compraban a los bárbaros con dinero, y adormecían a su Pueblo con Pan y con Circo…hoy es con el estado del bienestar, el futbol, las redes sociales, las sucesivas leyes educativas, el consumismo, el cambio climático y desmantelando el estado-nación surgido de la revolución francesa (la única patria común que aseguraba la igualad de los ciudadanos…) de la mano del federalismo o autonomismo, para volver a conceder privilegios caciquiles, feudales y forales a las oligarquías nacionalistas y regionalistas de cada región de España que trabajan cada día en volver a crear sus pequeños “estaditos”, sus cortijos y sus fincas señoriales como ya sufrió Europa en la Edad Media teocrática.

¿Para que pensar en las consecuencias de lo que votamos y de lo que nuestros gobernantes hacen en el corto plazo de una legislatura antes de las próximas elecciones…?

Con todos sus errores, su soberbia y nuestra prepotencia occidental, a Afganistán se llevó durante 20 años, mal que bien, un atisbo de democracia, de educación y de sanidad públicas, de mayor prosperidad, apuntalando un estado que, respetuoso con la religión, defendía la igualdad de las personas por encima de la raza, el sexo o la religión, el imperio de la ley escrita, la igualdad de la mujer…

Todo eso se fue con los aviones de la OTAN huyendo de Afganistán en agosto del 2021 porque las democracias occidentales y sus sociedades, con Estados Unidos a la cabeza (el que paga la factura de dinero y sangre) no querían ya más aquella guerra ni mucho menos pagar el precio de la “Reputación” necesario para ganarla o mantenerla.

Aquella muestra de debilidad occidental ante China y ante Rusia trajo, entre otras cosas, la invasión de Ucrania…

La Guerra en Ucrania nos ha afectado. Nos llegó una nueva crisis económica (cuando aún estábamos saliendo de la del 2008 y de la Pandemia Mundial del Covid) en forma de crisis energética e inflación… ¿en que lo ve usted? pues en la subida de los combustibles, en la subida de la electricidad, en la subida general de todos los bienes y servicios que consumimos a diario, y en la subida de nuestras hipotecas… en fin, España y los españoles somos más pobres que en agosto del 2021.

Igualmente, todas las muestras de debilidad que el estado español lleva manifestando desde el año 2004 son el alimento y el combustible para los enemigos internos y externos de España…

Sigan Ustedes votando para cuatro años… En Democracia el Pueblo es responsable de nuestros Gobernantes, no al revés.

 

“Y llegaron los malos

y nos molieron a palos

Que Dios ayuda a los malos

cuando estos son más que los buenos”

(Dicho popular español de la Extrema Doura durante le Edad Media)

Doctor en Historia

Arsenio García Fuertes

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