Lo que Astorga ha perdido

Amanecía el día de San Isidro aquí en Madrid, cuando baje a mi huerto para comenzar las labores propias de la fecha y prepararlo para las inminentes plantaciones. Y no, esta vez el Santo tampoco me había adelantado la labor.

Por las redes sociales, hoy en boga, cuando todavía no había asido con firmeza la azada, me llegó la noticia del fallecimiento de nuestro Prelado.

No he conocido personalmente a don Juan Antonio, pero si me he sentido profundamente arraigado desde hace mucho tiempo a la Institución que presidía, esa a la que yo llamo provincia eclesiástica y a la que los bercianos pertenecemos.

El primer recuerdo que tengo de Astorga me lleva a los años 60 del pasado siglo, cuando el tren que nos conducía a y desde Madrid,  llegaba a la estación del ferrocarril y las voces de muchas mujeres anunciando las famosas mantecadas me despertaban.

Por entonces Astorga era un pueblo grande que vivía de sus glorias pasadas y casi desconocidas y al que daba lustre el Regimiento de Artillería, donde durante tantos años sirvieron muchos leoneses, y el Seminario, donde otros tantos pudieron llegar a tener una formación que de otra manera no hubieran podido adquirir.

Por mis inquietudes historiográficas pronto tuve la necesidad de beber en las fuentes primigenias y dejarme arrastrar por el abundante y rico caudal que se  custodia en el Archivo Diocesano. Para ello conté con el apoyo de Monseñor Antonio Briva Mirabent, de feliz memoria, el primer Obispo de la Diócesis que conocí, y con la de su Archivero Augusto Quintana Prieto. De sus manos pateé  numerosas parroquias bercianas y el propio Archivo Diocesano. Más tarde siguieron las colaboraciones con don Camilo Alonso Iglesias, y con la de su actual Archivero José Manuel Sutil Pérez, quienes me facilitaron el enorme trabajo, todavía inconcluso, que emprendí.

A don Juan Antonio Menéndez no lo he conocido personalmente. Desgraciadamente nuestras diferentes actividades profesionales nunca nos han permitido ese conocimiento personal y directo que me hubiera gustado haber tenido, y ello a pesar de mi asidua presencia, en los últimos años, en actos institucionales a invitación del Ayuntamiento de Astorga y a los que él, por el ingente trabajo que desarrollaba, no le permitieron asistir.

Don Juan Antonio estaba sumido en una ingente labor pastoral en toda la diócesis desde que en el año 2015 fue elevado al solio astorgano. El Bierzo y muchísimas de sus parroquias le conocieron y los Valtuille también lo recibieron con ocasión de la visita que nuestra Virgen de la Encina nos hizo al pueblo, ocasión en la que desgraciadamente yo no pude estar. Su carga laboral se vio incrementada cuando el año pasado de 2018 fue elegido Presidente de la Comisión Episcopal de Migraciones a la que se unió además la Comisión de trabajo sobre la actuación en delitos a menores. En unas y otras misiones se enfrentó a la despoblación y envejecimiento de los pueblos y a la falta de sacerdotes con la que ejercer la cura de almas de sus feligreses; a los efectos de las migraciones, un signo preocupante y alarmante de nuestro tiempo; y al grave problema de los abusos en la Iglesia en la diócesis y en toda España, lo que le puso en el punto de mira de muchos, siendo objeto de numerosas críticas y sometido a improperios, acusaciones y falsedades; verdadera causa, a mi juicio, de su temprana marcha hacia el encuentro con el Padre, con quien compartió esas mismas angustias.

«Un hombre íntegro y bueno que sentía, además de su labor apostolar, un enorme cariño por Astorga y tenía el firme compromiso de que la Iglesia debía contribuir y trabajar también para la mejora y progreso de la ciudad», manifestaba vuestro alcalde Arsenio García Fuertes, quien también ha tenido que soportar esas mismas insidias que le han obligado a dejar la dirección de ese Ayuntamiento y a sus habitantes prescindir de un regidor honesto y sacrificado, desde hace años, al progreso y bienestar de su territorio.

Si algunos se vanaglorian de tener en sus filas todo un doctor como Presidente de Gobierno, vosotros, Astorganos, no sois menos y podéis sentiros orgullosos de tener un Doctor como Alcalde, y cuyo título, ganado con gran esfuerzo, nadie nunca podrá discutir.

Si don Juan Antonio, y vosotros Astorganos lo sabéis mejor que yo,  lo ha dado todo por vosotros, por vuestra ciudad y su diócesis, Arsenio García Fuertes, también lo ha dado todo por vosotros y por vuestra ciudad. Su interés por Astorga y por vosotros fue más allá de su afán por historiar vuestra ciudad, y para ello se involucró, dedicando mucho de su poco tiempo disponible, poniéndose a vuestra disposición desde la política, primero como concejal y ahora como Alcalde.

Gracias a él, con la llegada de las conmemoraciones del bicentenario de los Sitios de vuestra ciudad, Astorga, con la celebración del Primer Congreso Internacional que tuvo lugar en noviembre de 2012 y en el que tuve el honor de ser ponente, tuvo la ocasión de ser reconocida internacionalmente, eclipsando casi a la buena fama de vuestras mantecadas y chocolate.

Sí, Astorga y con la ciudad vosotros, de su mano, ha vuelto a ser conocida en el mundo por su gloriosa historia y por vuestra hospitalidad. Ello, Astorganos, se lo debéis a un hombre que ha dedicado su vida a vuestra ciudad. A ese Congreso le han sucedido numerosos actos a los que han asistido importantísimas personalidades así extranjeras – rusas, irlandesas, argentinas y norteamericanas- como nacionales; y a mediados del pasado mes de octubre tuvisteis la mayor concentración mundial de recreadores que han visto los tiempos.

Si la imagen que siempre había tenido de vuestra ciudad era la de un pueblo grande, tengo que decir hoy que esta ha cambiado radicalmente. Ahora, y desde hace ya algún tiempo, ha vuelto a ser la «Muy Noble, Leal, Benemérita, Magnífica y Augusta» ciudad que es. Todo ello lo he podido comprobar en los últimos años cuando he observado la satisfacción y el orgullo con que paseáis por sus calles y acompañáis a vuestra Corporación Municipal con ocasión de la visita de tanta personalidad, como en estos días en que despedimos a nuestro Prelado.

Si bien es cierto que mucho de todo ello se lo debéis a ellos, no es menos cierto que sin vuestra colaboración y apoyo todo cuanto han hecho por vosotros no hubiera sido posible; sin vosotros que, en el caso de Arsenio García Fuertes, habéis tenido el buen tino y acierto de elegirlo por vuestro representante y gestor, no hubiera sido posible.

Desconozco, porque no vivo en vuestra ciudad, los pormenores diarios a los que, tanto vuestro Alcalde como vosotros, os tenéis que enfrentar. Estoy seguro que no a todos os habrá contentado y satisfecho su gestión, pero también estoy seguro que a la mayoría de vosotros os ha convencido su trabajo al frente de vuestro Ayuntamiento, y que como yo, todavía más vosotros, que lo habéis visto crecer y trabajar, estaréis orgullosos de él. De un buen hombre, de un gran trabajador y de un astorgano ejemplar.

A vosotros Astorganos me dirijo. No os dejéis guiar por todo cuanto se publica y se airea en sucias campañas que manchan la noble misión que desinteresadamente los dos emprendieron por vosotros, por mejorar vuestro bienestar, sacrificando su juventud y su honorabilidad, hoy en entredicho. No debéis permitir que la campaña que ha terminado con la vida de don Juan Antonio haga lo mismo con vuestro alcalde al que ya se ha condenado políticamente.

Creo firmemente en don Juan Antonio y en Arsenio García Fuertes, en su profesionalidad, en su inocencia y en su honorabilidad. A ambos su paso por las altas magistraturas que han tenido que desempeñar les ha pasado factura. Don Juan Antonio ya descansa en paz y goza de la presencia del Padre Eterno. A vuestro Alcalde muchos ya le han decretado su muerte civil. Pero yo, que creo en la resurrección, estoy seguro que de nuevo retornarán. El uno al final de los tiempos y el otro cuando, vosotros que sois inteligentes, hagáis oídos sordos a tanta enjundia, y en próxima ocasión le apoyéis; pues si así lo hacéis, os lo haréis a vosotros mismos, pues aunque insignes e ilustres regidores habéis tenido, estad seguros que como él no tendréis otro que tanto lustre haya proporcionado a vuestra ciudad. Ni vosotros ni España se puede permitir perder a tan preclara y desinteresada persona.

Dice el Evangelio de San Mateo que «el hombre bueno, del buen tesoro saca cosas buenas y el hombre malo, del tesoro malo, coas malas». Sólo os pido Astorganos que siguiendo esta máxima sepáis distinguir y reconocer el buen tesoro que habéis tenido al frente, tanto de vuestra Corporación Municipal como del Obispado, y sepáis desligaros de aquellos que, sembrando tanta cizaña, pretenden emponzoñar vuestra convivencia, y no olvidéis lo que Astorga ha perdido.

Francisco Ramos Lobato

Sargento 1º ET (RV)

Historiador

Investigador del IHCM

Miembro del FEHME