Listos y longevos

Una revista científica publicaba recientemente un artículo sobre la distinta esperanza de vida que tienen los seres vivos. La más reducida era la de un pequeño insecto que vive en Florida, llamado Dolania americana, cuyas hembras están consideradas como los animales con la vida más corta del mundo. Su vida adulta dura cinco minutos, que es lo que tarda el insecto en volar, aparearse y depositar los huevos. Los machos no viven mucho más, dejan de respirar y de todo lo demás, media hora después de nacer, lo que no le deja tiempo para demasiadas experiencias. El mismo artículo revelaba a los lectores que en el extremo contrario, en cuanto a posibilidades de vida, se encontraba el tiburón de Groelandia, que puede alcanzar los cuatro siglos de vida o incluso más.

Y entre el insecto americano y el tiburón groenlandés nos encontramos nosotros, los humanos, con una esperanza media de vida que se sitúa en los 85,36 años, en el caso de las mujeres, y en los 79,74 años, en el de los hombres. Pero junto a esa ampliación de la esperanza media de vida se está produciendo otro fenómeno no menos relevante y generalizado, que es el constante incremento del número de personas centenarias, que se está registrando en todos los países de forma muy apreciable hasta el punto de que ya han empezado a elaborarse estudios para determinar cuál puede llegar a ser la longevidad máxima del ser humano.

Según investigaciones recientes, parece que, al menos, la frontera de los 130 años podría ser alcanzable. Pero no nos vengamos a arriba más de lo razonable, porque esto no significa que llegar a esa edad supercentenaria se vaya a convertir en algo tan normal como la subida diaria de los precios de los carburantes. Puede darse algún caso, pero siempre será excepcional como el de la francesa Jeanne Louise Calment, que llegó a los 122 años.

El estadístico y matemático Leo Belzile ya ha advertido a aquellos que puedan abandonarse a un optimismo excesivo que a partir de los 110 años la posibilidad de vivir más es como echar una moneda al aire cada año, “así que sobrevivir hasta los 130 sería como tirar la moneda veinte veces seguidas y que siempre saliera cara, lo que es improbable”.

En la provincia de León, siguiendo la tendencia mundial, el registro de centenarios no ha dejado de crecer. Según los últimos datos demográficos publicados, el número de personas que han alcanzado o superado el siglo de vida se ha duplicado en los últimos quince años, propiciando, además del natural gozo de los más directamente afectados por este fenómeno, el que la provincia haya podido contar entre sus vecinos con el considerado como el hombre más longevo del mundo.

Se trata de Saturnino de la Fuente, que falleció a principios de este año, a los 112 años, a menos de un mes de cumplir los 113. Y lo más curioso es que ese mismo título mundial de longevidad ha pasado a otro leonés, Antonio Alvarado, natural de Remolina, un pueblo cercano a Riaño, que nació en 1912.  Según los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística, en León hay 371 personas centenarias. Las últimas en incorporarse al selecto club de centenarios han sido dos mujeres, Nati y Petra, que residen, respectivamente, en Armunia y Puente Castro.

No hace mucho, la personal y pertinaz cruzada promovida por un pensionista irritado por culpa de los bancos y de las nuevas tecnologías, vino a demostrar que los mayores podemos ser eso, mayores, pero no necesariamente tontos y ahora los científicos nos están confirmando que, además de listos, podemos llegar a ser más longevos, lo que, sin lugar a duda, debemos considerar como una buena noticia para todos los que nos encontramos en eso que han dado en llamar tercera edad.

Es si, para que la felicidad sea completa, creo que los más avanzados de edad y artrosis debemos pedir a la Divina Providencia y a nuestros políticos -por este orden- que velen sin descanso por el mantenimiento y la solvencia del sistema público de pensiones, que es el que nos garantiza el sustento diario y el alargamiento relajado de nuestra vida, junto con el sistema sanitario, ahora tan estresado por culpa de la pandemia.

 

Ángel María Fidalgo