¿Libertad de expresión?

A la pregunta formulada en el  título de esta columna se podría responder con la letra de la conocida canción del grupo `Jarabe De Palo´: Depende, ¿de qué depende?, de según como se mire, todo depende. Hasta ahora, en España, existía una opinión unánime con respecto a la importancia del derecho a la libertad de expresión, desde su consideración como pilar fundamental de la democracia.

Sin embargo, pese a su relevancia también se tenía en cuenta que  no se trataba de un derecho absoluto, sino de un derecho que tiene, como los demás, unos límites que es preciso respetar porque en caso contrario la libertad de expresión se puede convertir en libertad de agresión, lo que tampoco es admisible en un estado democrático.

Pero como aquí somos como somos,  lejos de movernos en esta materia como lo hacen en  otros países de nuestro entorno europeo, hemos apostado por sorprender a la humanidad poniendo en práctica una serie de originales aportaciones  sobre el ejercicio del derecho a la libertad de expresión, que volverán a colocar a nuestro país en el lugar de privilegio que le corresponde en la escena internacional y parte del extranjero.

Hasta ahora, la opinión más generalizada era  que la libertad de expresión no podía convertirse, en ningún caso,  en una herramienta  para vulnerar los derechos de los otros o para incentivar la violencia. Sin embargo, desde el advenimiento de Pedro Sánchez y sus mariachis políticos, ese principio general está teniendo una serie de matizaciones, que no dejan de sorprender e incluso sobresaltar a aquellos que piensan que el ejercicio de ese derecho debe ser igual para todos, al margen de ideologías o credos religiosos o lugar de residencia. Vamos, que aunque uno haya nacido en  Vilanova i la Geltrú, tiene que regirse en esta materia por la misma normativa que otro que haya visto las primeras luces en Calzadilla de los Hermanillos,  por citar dos pueblos de nomenclatura vistosa.

Explico lo de las matizaciones de reciente imposición. Usted, apreciado lector habrá observado que para algunos actores sin contratos y sin talento eso de blasfemar o poner en solfa a los católicos es una de sus prácticas habituales porque es su única forma de salir de la irrelevancia profesional. Observará también, apreciado lector, que esas memeces siempre gozan del aprecio, del elogio y del aplauso de todos sus coleguillas de ideología, que no tardan en invocar la libertad de expresión si se ven en la necesidad de tener que justificar o defender al blasfemo irrespetuoso.

Pero si uno, en su osadía trata de invocar ese mismo derecho para opinar, desde el respeto, sobre las opresiones que sufren las mujeres por parte de  algunas religiones   o sobre determinados colectivos o sobre algún personaje amojamado en fase de desenterramiento o sobre las incoherencias de algunos líderes venidos a más, sobre todo, en materia inmobiliaria, entonces la libertad de expresión empieza a ser un derecho que solo se puede ejercer con responsabilidad y con las necesarias limitaciones para no herir sensibilidades o sentimientos ajenos.Porque si eso no se hace así pues ya se sabe: palo y tente tieso.

Es decir, que en España ya tenemos para general disfrute de la población dos derechos a la libertad de expresión de distinto alcance y consecuencias jurídicas, según sean unos u otros los que ofendan, según sean unos u otros los ofendidos.

Recientemente, se hacía pública la imposición de una multa por importe de 70.000 euros al autor de una coplilla satírica dedicada a la compañera de vida y casoplón de Pablo Iglesias. Que yo sepa, ni el prócer de Podemos ni su idolatrada amiga han renunciado a la percepción del importe de la sanción, invocando la libertad de expresión o la necesidad de aceptar esas criticas como normales por parte de las parejas  modernas, progres y democráticas como ésta que mora en Galapagar, a cuarenta kilómetros de Madrid y más cerca de la gloria del poder.

Pero ya se sabe que eso de la presunta superioridad moral de la izquierda da para esto y para mucho más, como estamos viendo, gracias a la vocación aeronaútica de Pedro Sánchez. Por cierto, ¿ nuestro carísimo (de querido, no de costoso) presidente, empezará a viajar en ala delta o en parapente cuando su Gobierno haga efectiva la prohibición de los combustibles fósiles?.

Yo, ahí lo dejo.

 

Ángel María Fidalgo