Libertad

 

Es difícil liberar a los necios de las cadenas que veneran (Voltaire).

Libertad, palabra a flor de labio en todas las bocas por exceso o por defecto. Quien la  puede ejercer, se conformará con musitarla. Así cree ahuyentar mejor a los demonios.  Los que se han visto despojados de todas o de alguna de sus variadas polisemias, la empuñarán con el rencor. Su pérdida es la atadura con el drama de tiranías y tiranos. Su posesión, el gozo de una exaltación del espíritu.

Pocos términos, en la historia, tan maltratados y manipulados como la acepción de marras. Las grandezas de los conceptos que escapan de lo concreto, se miden por la cantidad y calidad de afinidades y disparidades. Pasen lista a unos y otros y cedan paso al asombro.

Libertad en bruto es una palabra adorada por el maniqueísmo, porque se tiene o  no se tiene, no admite, como los embarazos, gradaciones e intensidades. Es un absoluto. Se atiene a la pasión y, de admitir razones, serán las teóricas de la intelectualidad. En las calles, a ras de tierra, es el todo o nada.

La crónica del tiempo es la lucha encarnizada entre libertad y tiranía. La primera nunca puede hacer criterio categórico de religiones, patriotismos u otras manifestaciones dogmáticas. Deja campo libre al ser, pensar y decidir de la gente sin salir de los cauces de la ley y la convivencia. Hágase el tópico de que mi libre albedrío termina donde empieza el de mi semejante. Elemental. La segunda se los apodera como vil tutelaje de las masas. La salida del círculo cerrado de los adoctrinamientos no tiene más respuesta que el fuego purificador de la herejía.

La libertad encierra el complicado engranaje de su tajante concepto aislado con el obligado cotejo de su bifurcación entre lo individual y lo colectivo. La marea social de estos tiempos se inclina con desmesura por el individuo. La colectividad es una molestia que, mejor, acabar con ella. El dictador sabe de antemano que el cuerpo a cuerpo es lid de la que siempre sale ganador. Pelear contra una comunidad organizada está condenado a ser quebradero de cabeza, cuando no, derrocamiento.

El singular de la humanidad es merecedor indiscutible de los mantos protectores de la libertad, pero la apología de la unicidad tiene la doble deriva del mando único y el acatamiento de todos. Sabemos cómo se llama eso, y parece que no se nos ponen los pelos de punta.

   ÁNGEL ALONSO  

 

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