Leoneses

Son los gallegos los que crean la fama  – hacen bien – del sentimiento de morriña, el concepto superior de la poética en la añoranza de la tierra. Somos los leoneses los que cardamos la lana, en una emoción muy similar. Fuera  de nuestra geografía no es que nos sintamos mal. Una de nuestras características es la adaptabilidad a las circunstancias del vivir. La explosión del sistema, por exceso, se produce en los reencuentros y, por defecto, en los retornos. Pero es eso, una fugacidad. Somos buenos amigos de donde pacemos. Gente agradecida por bien nacida.

Sin embargo, llevamos mal la marginación. León es peso pesado en el pugilato de la crónica histórica. Lo llevamos en la sangre como identidad de nobleza caballeresca. No queremos pecar de una vanidad con olor a naftalina. Sí, son grandezas del pasado, pero que se escriben con letras doradas en los manuales de la historia. No merecemos el desprecio que significó  el papel que nos otorgó la Transición Democrática, sustentado más en el oportunista y engañoso juego trilero del nuevo caciquismo de la democracia, que en la gloria de un reino embrionario de  nación. Nos hicieron mirar hacia abajo cuando había que mirar hacia arriba.

Nos cuesta aceptar el ninguneo que padecemos por la errada ubicación en la división administrativa por comunidades autónomas que trajo la democracia. León ya empezó a sufrir un vaciado de futuro antes de esta ilusionante etapa para el resto de España, pero es indiscutible que el encaje en un territorio no hostil, aunque inadecuado,  agravó las lacras que atenazan a esta zona del noroeste peninsular.

León es territorio vampirizado por el  centralismo localista de una capital centrípeta y detentadora de concesiones y adjudicaciones administrativas, que reparte con maneras avarientas a sus territorios tutelados. León, y las provincias de su antiguo reino, reciben las migas que caen de la mesa del rico Epulón. Ver, si no, evoluciones de renta y demografía en las últimas décadas.

El botón de la muestra: viajen por la A-6, por ejemplo, desde Astorga a Madrid. Atravesar la carretera por León y Zamora es un continuo baile de San Vito por el infame estado del firme desde hace un buen periodo de tiempo, lo mismo que por tramos de las de Segovia y Ávila. Entre medias, la red viaria de la provincia capitalina, una tregua de oasis, el coche se desliza.

ÁNGEL ALONSO