La maté porque era mía

En muchos puntos de nuestra amplia geografía sin una fecha regular, un grupo de mujeres y algún que otro hombre se concentran en plazas conocidas y permanecen allí, aparentemente sin hacer nada unos minutos de silencio. La gente al pasar, las primeras veces creían que era una espera a algún político o un famoso e incluso hasta alguna excursión que pasaba por el centro de la localidad.

Allí están. Ellas. Las que no alardean del feminazismo que quiere utilizarlas como ariete. Calladas. Con sus bolsos colgados del brazo. Muchas incluso derraman alguna que otra lágrima de impotencia y de tristeza. Las hay de todas las clases sociales y de toda condición. Su único punto en común es estar allí, un ratito. Nada más que ocupar un lugar en un punto de su ciudad y callar. A veces, el silencio es un gran grito con más fuerza que todos los altavoces y megáfonos juntos. La rabia contenida, la protesta pacífica y el grito insonoro para que “los que mandan” hagan algo y parar esta otra pandemia que se remonta a nuestros ancestros. Desde que el mundo es mundo, siempre un ser humano se ha impuesto a otro, muchas veces por la fuerza, otras con pretendidos dogmas de fe mal interpretados y las más con artimañas de lo más rastrero.

QUINITO

No me gustan los radicalismos que ocultan sometimiento a un líder, a unas normas, a que me digan cómo debo ser y pensar. Por eso cuando a este tipo de concentraciones en honor a mujeres fallecidas a manos de sus ex, sus maridos o sus parejas, acuden féminas con pancartas mostrando eslóganes contra algo o contra alguien, el hombre por ser hombre, el gobierno por su desidia o la sociedad en general por su pasividad, no me solidarizo con los extremos. A esas, a las que inventan el género terminado en “e”, chico, chica chique o como demonios quieran expresarse, pienso entonces que la estupidez humana carece de límites.

Yo me quedo con las mujeres que, en silencio, con la fuerza de la razón, acuden a la cita cada vez que cae una de ellas. Nadie pertenece a nadie en el juego del amor. El resto es animalismo cainítico a erradicar.

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