Huésped

Se dejó ver y oír. Lo primero, con un ala atrofiada. Lo segundo, con un gorjeo suplicante. Era un gorrión, un verderón, como creo se les llama aquí. Brincaba por el suelo del patio de la casa. La floresta de este espacio sirve de nidos a estos pajarillos que saben deleitar mis horas de lectura o de vaciado de angustias con sus trinos de sinfonía dodecafónica.

Aquellos brincos eran la delación de incapacidad para el vuelo  Pájaro en tierra es anomalía de la naturaleza. Es una muerte a plazo fijo, no tan corto como el del pez fuera del agua, pero sí certificada con la misma crueldad agónica de todo lo vivo encarcelado en la imposibilidad de no poder ser para lo que ha sido creado.

Creí ver en la desesperación de sus saltos para alzar el vuelo una descarnada utopía, que en él estaba obligada a ser la más objetiva de las realidades: surcar los cielos. Sobre él, decenas de pájaros sobrevolaban en la algarabía del verano, poniéndome cara a cara ante la certeza de la atroz soledad de los distintos

Busqué metáforas con nosotros, las personas, en esa imaginada desesperación del pajarillo. Encontré paralelismos. Flotó la pregunta de qué sería de nosotros sin las alas del pensamiento. ¿Qué mundos maravillosos  nos perderíamos por ser incapaces de volar hacia las quimeras? Ese verderón era como uno de nosotros apresado en las superficies de las vulgaridades y de los estruendos.

El ambiente era propicio. El patio de mi casa es mi salón de lectura. Allí bajo a reflexionar, a imbuirme de sabidurías de sabios, de gracias de graciosos y de pensamientos de pensadores. Con relativa frecuencia aparto mi vista de las páginas y miro al vacío, como buscando respuestas. En esos intervalos se me aparecía el gorrión saliendo del escondite en busca de las migajas de pan y el tapón lleno de agua que le dejábamos para hacer más llevadera una estancia ilógica.

Obligaciones y devociones familiares me llevaron de vuelta a mi residencia principal. En ésta no hay patio, aunque no es óbice para seguir por el sendero de los libros y sus apéndices de los pensamientos. Ese gorrión quedó allí, en ese patio, en una soledad aún más dolorosa y al descubierto de algún depredador. Se hizo nuestro huésped. Con él aplicamos las reglas de la hospitalidad. Él me reciprocó con la didáctica de sus ganas de vivir.

ÁNGEL ALONSO