Galerna

Oí decir a una mujer mayor, de ilustre ancianidad, que, avanzando los años, la muerte de un pariente era próxima, en percepción de soledad, al óbito de personas lejanas en consanguinidad, pero identificadas en el pretérito de una época dorada, generalmente la juventud.

Estoy ya en esas edades avanzadas,  y la muerte de Paco Gento, el eterno dorsal once del Real Madrid, pone en valor el testimonio de la anciana. Y es que yo vi jugar a la galerna del Cantábrico, testimonio que no pueden aportar muchos. Con Gento muere una porción de años dichosos de mi generación. Cabe, pues, reivindicación del luto.

Gento era el Paco de España en tiempos azotados por un tocayo al que no se podía apear del ceremonioso Don Francisco. El futbolista esprintaba veloz por la banda izquierda, mientras el caudillo, retrocedía por la derecha, pegadito a la cal de las demarcaciones del campo, cuando no se salía de las mismas, que para eso era el cacique del terruño.

Sus míticas galopadas de velocista con balón entre los pies, torturaron cinturas de rivales y abrieron catenaccios para que Di Stéfano y Puskas agigantaran la leyenda. Seis copas de Europa y doce ligas, palmarés insuperable.

Paco Gento fue contemporaneidad de prensa y mentideros deportivos brillantes. De columnistas, reporteros  y comentaristas prestigiados en lo imaginativo, pero ignorados hoy por el hooliganismo vocinglero de forofos con carné de periodista, en tertulias aturulladas, más propias de grada ultra de estadios.

Su apodo fue parido en una redacción pensante, porque, jugando Gento, los partidos eran de domingo a domingo. De lunes a sábado, la hazaña era rellenar las páginas de deportes de un periódico sin recurrir a polémicas estériles de arbitrajes o miradas cruzadas entre entrenador y jugador. Solo ingenios a escape libre, como las carreras de Gento, podían pergeñar la magnificencia de sobrenombres como el suyo.

    ÁNGEL ALONSO