Francisco

El nombre pontifical de los Papas encierra una simbología. De ahí el especial cuidado que ponen los elegidos en esa decisión. Es su primer y sucinto mensaje al orbe católico. El de Juan es el nombre más repetido. Fue la identidad del apóstol evangelista y, al decir de la leyenda, el preferido de Jesucristo y de su madre, la Virgen María. Otro nombre reiterado con fuerte carga simbólica es el de Benedicto, con raíz en San Benito (o Benedicto) de Nursia, monje del siglo VI, que introdujo en occidente las reglas de la vida monacal, a través de su orden, los benedictinos. Pablo, el ideólogo del catolicismo, enumera seis papados, más otros dos, consecutivos, en cohabitación con Juan; el primero, de efímero ejercicio, apenas un mes; el segundo, una sutil gestión de evangelización geopolítica. Pío es sinónimo de piedad.

Acaba de morir el Papa Francisco, conocido sin ordinal, por aquello de la exclusividad de los primeros. Veintiún siglos y 265 papados ha necesitado el santo de Asís para tener reconocimiento en la silla de San Pedro. Una tardanza que avala la creencia de que los silencios de la Iglesia Católica son tan demoledores como sus elocuencias.

Francisco, el santo, fue un defensor acérrimo de los desafortunados. Roma y el Vaticano esquivaron esa trayectoria, núcleo de la doctrina ética de Jesucristo, hablada en palabra tronante y escrita con letra grande, en las ocho bienaventuranzas del sermón de la montaña.

Jorge Bergoglio, el Papa Francisco, se mimetizó en el ejemplo nominal elegido con heterodoxias como ser el primer pontífice no europeo y activo de una orden como la Compañía de Jesús, reconocida como élite intelectual del clero. No sucedió a un antecesor fallecido, sino dimitido. Dos papas en el mismo saco. En otras épocas, la excentricidad era la imagen del cisma. Abundancia de morbosidad. En las percepciones de fieles e infieles, una Iglesia salpicada por escándalos de pederastia y tejemanejes financieros de la entidad bancaria vaticana.

El catolicismo necesitaba respiración asistida y un papa decidido a ventilar  podredumbre. La dualidad de papados cuajó en la intelectualidad de Benedicto XVI, en  armonía con el complemento franciscano de la literalidad del Evangelio. A ello se puso Bergoglio, con gestos y palabras que no eludieron la mundanidad de su misión. Fue un papa que imitó al santo de Asís en poner sobre la tierra los desafíos secuestrados por los dogmas.

Atentos hemos de estar al nombre del sucesor. Dirá mucho

ÁNGEL ALONSO