Fe

Los amigos me advirtieron. La película que vas a ver es buena, mucho, pero con un final edulcorado, rebajado de la alta graduación que ha ido fermentando la historia. Me refiero a Cónclave. Una única palabra que adivina su argumento: el proceso de elección papal.

Magníficas interpretaciones de Ralph Fiennes y Stanley Tucci y un papel de monja de Isabella Rossellini, breve, pero definitivo en esta intriga vaticana. La película, en casi todo el metraje, mantiene los tiempos adecuados a su velocidad narrativa, pero no distrae el mensaje profundo  de la fe en el rasero de la condición humana. El epílogo, en efecto, es un decaimiento, pero tampoco se puede traducir en banalidad para salir al paso. Retuerce una de las cuestiones candentes de la Iglesia. No quiero destripar.

La arista más visible es la humanidad del poder en hombres de carne y hueso, elevados  a condición semidivina por liturgias arcanas y mitológicas. Por mucho que se vistan de purpurados en hombres se quedan, y en hombres se quedarán en la única supremacía del pontificado. Los ha habido buenos y mejores, malos y peores. Hombres con sus miserias y grandezas, como el común de los mortales.

La película determina el nudo gordiano de la trama en el sermón del decano del cónclave, el cardenal Lawrence, que interpreta Fiennes, cuando, dubitativo por la magnificencia del entorno, pide que Dios les ayude a elegir a un Papa que “peque y pida perdón para seguir adelante”. Sabía lo que decía: estaba rodeado de pecadores, él incluido.

Otra perla de sus palabras es el reconocimiento del peligro que esconden las certezas. Ellas son las aniquiladoras de la fe. Esa virtud es superflua si se da por cierto lo que vemos nítido y traducimos a dogmático con el corazón y con la razón. Es necesaria la duda para el sembrado de la curiosidad, primera semilla de la búsqueda del saber, un hijo legítimo de la fe. La vacilación obliga a pensar. Quien de verdad vive esa aventura, nunca la culminará, porque el ansia de conocer es insegura e infinita en la humanidad que somos.

Nuestro catecismo de la niñez encuadraba la fe como una de las tres virtudes teologales, una especie de mercadotecnia para llegar al Dios inescrutable. Confusión importante: la fe es de raíz humana. Si carezco de fe en mi yo singular, ¿cómo la puedo tener en el nosotros, vosotros y ellos? Da lo mismo cielo o tierra.

ÁNGEL ALONSO

 

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