Fácil de imaginar, difícil de entender

Ha llegado a mis oídos recientemente una historia desconocida para mí y creo que desconocida u olvidada intencionadamente por muchas personas. Se trata de la emigración forzosa por razones de pobreza extrema que muchos habitantes de las Islas Canarias realizaron a Venezuela  a finales de los 40 y principios de los 50 del siglo pasado. Aquellos hombres y mujeres viajaban hacinados en veleros fantasmas llamados así porque salían de Canarias y no se sabía nada de ellos hasta que aparecían en las costas venezolanas. Los que sobrevivían,  llegaban a su destino sin papeles, llenos de piojos, malnutridos, con las ropas podridas por los ácidos de vómitos, heces y orina y con el objetivo de trabajar para enviar dinero a sus familias. En muchos casos, eran explotados, maltratados y engañados.

Peio

Me resulta fácil imaginar cómo algunas personas criticarían enérgicamente esta situación porque quienes la sufrían eran españoles y quien infligía ese sufrimiento era Venezuela. Sin embargo, me resulta difícil entender cómo es posible que en un país lleno de gente con familiares que han tenido que emigrar por razones económicas o políticas, se esté alimentando, desgraciadamente con éxito si nos creemos los estudios del CIS, el odio hacia las personas que están haciendo lo mismo que muchos de nuestros familiares hicieron hace años: huir de sus casas y emprender viajes peligrosos  para llegar a un lugar donde ganarse la vida.

Los movimientos migratorios no deberían ser contemplados como un problema. Son una realidad que, por cierto, lleva dándose en el planeta desde que existe el ser humano. Esta realidad genera necesidades que hay que atender tanto en los países de procedencia como en los países de destino y deberíamos hacerlo sin abandonar una perspectiva humanista, porque los inmigrantes son personas por mucho que algunos se empeñen en cosificarlos. Parece absurdo tener que recordar esta obviedad, pero, lamentablemente es imprescindible.

Cualquier persona con un mínimo de memoria debería rechazar sin paliativos las medidas para controlar la inmigración que desde Italia se quieren extender al resto de la Unión Europea. No son tan innovadoras ni tan imaginativas como las “modernas” Meloni y Von der Leyen nos quieren hacer creer. Bajo el eufemismo de “externalizar la acogida temporal de solicitantes de asilo” se ocultan deportaciones, retenciones y confinamientos en lugares donde no existen los derechos humanos. Esto ya lo hemos vivido antes, por eso me resulta tan fácil de imaginar el doloroso fracaso y tan difícil de entender que no haya un clamoroso rechazo,  aunque sólo sea por puro egoísmo, por si en el futuro nos tocara, una vez más, a nosotros.

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