Castilla y León se ve amenazada en su génesis misma, y no por las fuerzas regionalistas y provincialistas, que las hay, sino por el fruto y resultado de siglos de esfuerzos donde los recursos humanos y materiales que se han vertido de forma incontable para un mismo fin pueden quedar en nada. Esta Comunidad Autónoma es el corazón mismo que cantaban y narraban los ilustrados de la Generación del 98, los políticos de prácticamente todo el siglo XX y la esencia fundamental de la sociedad por su vocación y el sentir español.
“De la ley a la ley”, dijo Torcuato Fernández Miranda, mano derecha y cerebro de la Transición Democrática de España del entonces Jefe de Estado, el emérito rey don Juan Carlos. Y toda una generación, hijos de la ingrata Guerra Civil, se afanó en ello. Pero son ahora, los nietos, desde la ultraderecha y hasta el socialcomunismo los que ahora desean romper lo que el devenir de la Historia produjo, nuestra Hispania romana, la España moderna desde los reyes católicos en el siglo XV. Tomados los principales poderes, el Legislativo, el Ejecutivo, el Judicial, los grupos mediáticos importantes y hasta parte del económico en regiones como Vascongadas, Cataluña y otras zonas, de la ley a la ley, efectivamente, todo está previsto para que se vuelva a tener un Gobierno que nada tenga que ver con la socialdemocracia de los anteriores presidentes del PSOE, este partido es ya otra cosa, una agrupación política entregada a un solo fin, el conquistar el poder a costa de cualquier ideología, interés, constitución o lo que se ponga de por medio. Algunos lo llaman “sanchismo”, otros “socialcomunismo”, que creo es el calificativo más acorde. En todo caso, la destrucción de España en su concepto histórico y su recorrido de destino universal que ahora vendría marcado por la integración en un macroestado europeo. La contradicción es contínua. Se pretende dar categoría de estado a regiones españolas y además que sean sus lenguas introducidas como tales en el Parlamento continental. Un despropósito sobre otro.
Si nadie lo remedia, el guión está escrito ya. El pacto con independentistas y filoterroristas es cuestión de semanas. Castilla y León, corazón de España, pasará a segunda categoría en el concierto nacional. Y los pocos que se resistan serán apartados convenientemente.
ABC
Yá lo decía un tal Sr. Aznar, España se rompe…han pasado años de eso, ¡eh!. Como vidente sería la ruina.
La posición de los soberanistas catalanes es resumida en unas ideas o actitudes tajantes de amnistía y, posiblemente sin solución de continuidad, referéndum de autodeterminación, bajo el planteamiento cortoplacista de la necesidad de los partidos mayoritarios de sus votos para conseguir una mayoría que favorezca la investidura, es un error importante, muestran una nefasta visión de la realidad de la política actual. También veo un yerro del PSOE ya que sólo puede construir una mayoría de gobierno precaria e inestable. Ahora bien, a Sánchez, quien da la batalla se arriesga a perderla. Quien no la da, concede de antemano su derrota a Feijóo.
La orientación idónea del nacionalismo periférico en este trance histórico debería caminar a la profundización democrática del Estado, la potencialidad de autogobierno en el contexto autonómico, el afianzamiento de la España plurinacional y eso sólo es posible desde ejecutivos de progreso en los cuales, ¿por qué no? Inclusive pudieran formar parte miembros del nacionalismo catalán, vasco o gallego. Poner trabas con exigencias máximas es favorecer a un conservadurismo cuyo propósito es el desmantelamiento de los nacionalismos periféricos.
Es evidente que la plurinacionalidad en España sujeta a una única Constitución Política la ve un ciego, y hay que ser muy obtuso para negarlo, y sobre esa base se deben buscar acuerdos, que pasan necesariamente por el abandono de políticas frentistas y de puntos de vista absolutos. Consolidando el compromiso con los derechos humanos, respetando la pluridiversidad y ostentando un programa político que luche contra la exclusión y trabaje por la justicia social.
Las fuerzas de progreso y los nacionalismos periféricos deben, son necesarios y están obligados, sobre todo a corregir los déficits democráticos.
Un socialista, uno de los padres de la constitución republicana de 1931, afirmaba que, “el orgullo del pasado, el esfuerzo del presente y la esperanza del porvenir” era lo que constituía una nación. Ahora bien, cuando el pasado es tan desigual para unos y para otros, el esfuerzo del presente tan desproporcionado y para sectores de la población se nubla la esperanza del futuro, no es de extrañar que el régimen nacido de la transición carezca de un proyecto atractivo.