Ellos

Los nuevos estilos de vida han puesto a los abuelos en la vanguardia de las atenciones a los hijos de hijos que llamamos nietos. Recurro a la doble condición de la filiación porque hoy los jubilados, sinónimo más que nunca de abuelazgo, hemos retornado a la condición paterna que se creía superada con la emancipación de los retoños.

La exposición de partida tiene una sola una connotación sexista, la del  género masculino. Mi experiencia vital con este vínculo familiar ha sido de abuelas, de extraordinaria longevidad las dos. Cumplieron 102 y 98 años. Lamento no decir lo mismo de ellos. Murieron tempranos y me faltaron en las difíciles etapas de la niñez y de la adolescencia. Roberto, el paterno, falleció a los 57, estando a las puertas de mi primer trienio vital. Manolo, el materno, frisaba los setenta, y el que suscribe contabilizaba once primaveras. Dicen, y comparto la enseñanza, que una niñez sin la presencia de estos fabuladores son etapas incompletas.

No hay menosprecio a mis abuelas, que Dios me libre. Fueron mujeres de una vez. adorables. Ejercieron título en las retaguardias de los cariños y los caprichos. Estuvieron a mi lado muchos años ejerciendo como arnés de mis osadías. Pero me faltó el contrapeso de lo masculino, a mí, señor en sexo. Sí reclamo, porque me faltó, el contenido patriarcal en una escala familiar que, sin duda, habría enriquecido, por consejos y veteranía, mis acervos. El escueto mensaje que me dejaron fue el de una bonhomía y sabiduría que me pasó de largo.

Con una jubilación de primera década, pesada mochila, ejerzo  de abuelo único en clave de varón, y en singularidad de prole, de nieto de doce años  que me televisa en directo el déficit que tuve de Manuel y Roberto. Gastamos entre los dos una complicidad y unas tolerancias inteligentes que reconozco no haber tenido con mis vástagos. Fui testigo entre bambalinas de la misma pedagogía opuesta de mi progenitor, en paternidad y abuelazgo, conmigo y con mi prole.

El espejo retrovisor de la vida me impone su uso. Me ha faltado casi siempre la fuente masculina de mi formación. Agradezco la femenina. Fue muy rica. Pero está desequilibrada. Se puede preguntar ¿y tu padre? Replico que, como hoy, estamos a otros menesteres por imposición de las circunstancias. En la recámara, los abuelos en sociedad de género y número. Envidio a mis hijos: les tocó esa lotería.

         ÁNGEL ALONSO