Elegía a Poncho

En el cementerio de Toreno docenas de paraguas negros se agrupaban todos en torno a un punto fijo, mientras, la fina lluvia se sumaba al desconsuelo general. Allí, en una tumba repleta de flores, quedaba un hombre bueno. Nada ni nadie del mundo podía consolar al mismísimo cielo que lloraba y mojaba nuestros pies hasta congelarlos.¡Qué más daba! Más triste era dejarle a él allí, en camposanto para siempre.

Se me ha muerto mi amigo Poncho. Prudencio hacía honor a su nombre y al de su difunto padre. Era un hombre de palabra, joven aún, que sólo perdía su templanza ante las injusticias o en pequeñas discusiones políticas que manteníamos el grupo todos los viernes al caer la tarde. Eran las cañas por el barrio de San Ignacio un antídoto ante la rutina de la vida y el lento caminar hacia la nada. Por eso, quizás, le echaba tanto tesón a las cosas que amaba. A su perra Luna, a su partido político, a su pueblo Toreno y a su gusto a la velocidad.

Poncho Arroyo.

Deja dos soles en plena juventud a medio realizar. Una amantísima esposa desconsolada y a un buen número de amigos huérfanos de su sonrisa, su fino humor y su ejemplo de ciudadanía. No quiero ni debo pensar más. No puedo llorar más. El dolor en el pecho sólo consigo deshacerlo a base de gemidos. Poncho, amigo, ¡cuántos proyectos dejas en marcha! Nuestras excursiones, el aire que mecía tu flequillo blanco a lomos de tu motocicleta, el Camino a Santiago que tanto deseabas recorrer, la cerveza en copa y la crítica ácida hacia esa parte de la bancada pública de bandoleros que juegan con la ilusión de las personas, salvadores y padres de los parias. Te descomponían y no sin razón.

Si Toreno pierde a uno de sus hombres más válidos para la cosa pública, el Bierzo entero se ve privado de un ángel, y una familia de su protector. Hombre de su casa, padre ejemplar, esposo amante y persona excepcional.

Mis manos tiemblan a la hora de escribir estas letras. Mi mente no se aclara. No nos lo podemos creer. Ayer tu wasap  para quedar y hoy tu vacío infinito. ¡Qué pronto nos dejaste! Dicen que el tiempo lo cura todo, pero como te dijimos con las flores: tus amigos nunca te olvidarán.

Alejandro Julián García Nistal